miércoles, 24 de enero de 2018

Memorias de África

Ayer volví a ver a Redford levantar alegremente el vuelo y sobrevolar el paisaje. Lo imaginé libre, dibujando piruetas y soñando con volver algún día a aquella granja, al pie de las colinas de Ngong.
Un momento después, con sólo mirarla, me estremeció la ternura, la delicada comprensión con la que Meryl Strepp escudriñaba el cielo, despidiéndose de él con voz queda.

“No te preocupes, mensahib”, le dije emulando al criado somalí, en una lengua que probablemente no entendió. La culpa ha sido mía por no interpretar los augurios. Nunca debí llamar así a dos jilgueros.

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