viernes, 30 de diciembre de 2016

El Belén de Miguel



A Miguelito le encantó su primera Navidad.

Si le hubieran preguntado entonces, probablemente habría contestado, con la media lengua y los dos palmos con los que apenas se levantaba del suelo, que lo mejor de todo lo que había descubierto en esos días era el portal de Belén.

No tenía edad para preguntarse por qué ocurría aquello precisamente en esa fecha concreta, ni qué significado profundo arrastraban la estrella de purpurina ni el buey y la mula, que todavía se colocaban cerquita del niño. Pero lo que él podía decir es que una tarde, sin venir a cuento, sus padres le habían regalado el mejor de los escenario para jugar a sus juegos. 

Bien pensado, aquello que habían colocado con esmero en una zona céntrica del salón, era el paraíso para la imaginación de un niño: tierra de la de verdad para recrear la batalla de las tortugas ninja, un garaje de paja donde resguardar el Ferrari rojo del Scalextric que le adjudicó a San José… había sitio, pensaba con su cerebro práctico de niño soñador, hasta para las vías del tren, a las que había situado, en lo que llevaba de mañana, sobre un río de papel de plata con el que mamá envolvía los bocadillos de la guardería. 

De fondo, curiosamente, una música cansina que nunca antes había oído, repetía algo de unos peces que bebían y una burra que gritaba «ring ring» de forma estridente.

En un último juego, ya cerca del anochecer, el niño decidió colocar a todos aquellos personajes que nunca había visto en la tele, formando una fila, un frente común. Iban todos hombro con hombro: pastores, reyes y ángeles, sin distinción de razas ni de estatus social. 

Así se encontró su padre el portal de Belén al entrar en casa, con todos los miembros de frente, mirándolo fijo mientras cerraba la puerta de entrada. 

«¿Pero esto qué es?»...oyó Miguelito a su padre decir al pasar, «¿un portal de Belén o una manifestación de los astilleros?»


miércoles, 16 de noviembre de 2016

Miedo

Tengo miedo. Me asusta que la memoria sea estrecha, que no tenga cabida suficiente para guardar tantas emociones, para lucir el cariño que habéis pespunteado en el patchwork que da forma a la colcha de mi vida. Aquí ando, sin poder hacer otra cosa que planchar con ternura los retales, esos donde me habéis bordado un sueño. Gracias por este fin de semana de locura.













viernes, 21 de octubre de 2016

viernes, 5 de agosto de 2016

Flotar

Flotar en el agua, dejarse llevar aunque sólo sea un minuto por el vaivén caprichoso de la marea. Apagar los prejuicios y contemplar a los sentidos confundidos por el líquido envolvente. Volver al útero materno, al tiempo que no existe en el recuerdo, al vacío del mundo por estrenar. Ese es hoy mi presente y mi anhelo: tocar con los dedos el borde del mar.

sábado, 23 de julio de 2016

Noticias

Hay días en los que da miedo asomarse al mundo. Me parece estar sentada en el brocal oscuro de un pozo, escuchando de fondo la algarabía del terror corriendo por las calles. Entonces recuerdo los veranos en los que el espacio de la maldad colgaba el cartel de vacante en los telediarios, y echo de menos el sosiego de las recomendaciones de lecturas y fiestas de pueblos. 

domingo, 19 de junio de 2016

Viajar

¿A dónde os gustaría ir si pudiésemos viajar en el tiempo? En qué momento de la Historia con mayúscula o de vuestra propia historia, la que se escribe con la hache pequeñita aunque es la importante, os gustaría aparecer para revivir el momento, para descubrir lo desconocido o para decir, con las manos en jarras: ahora vais a saber lo que es bueno. 
Se abre el debate. Buenos días.

jueves, 2 de junio de 2016

Cartas

Hubo una vez un tiempo en que a mi buzón llegaban cartas. Eran trozos de papel que alguien había cocinado, macerándolos en el almíbar dulce de los sentimientos. Con ellos aprendí todo lo que sé de la amistad, del amor, del cariño de la familia lejana. Hoy, cuando me deshaga de la publicidad, intentaré no ahogarme con el vacío de la nostalgia.
Buenos días

viernes, 11 de marzo de 2016

Balance



Dicen los psicólogos que cuando una mujer cumple cincuenta, se empeña en realizar el balance de su vida. Como hoy cumplo cincuenta y uno, he tenido doce meses completos para revolver los cacharros del baúl de lo vivido.
Hacer inventario no es fácil, os lo digo ya. Creo que somos demasiado críticos y muy poco generosos cuando nos observamos en la intimidad que proporciona el fondo del corazón, cuando no hay que aparentar serenidad ni adivinar la perplejidad en los ojos de quien mira.
Pero de nuevo estoy aquí, he vuelto del viaje al reencuentro tomando oxígeno con ansia después de la jornada de buceo, aspirando el olor del mar soñado y saldando las cuentas que me fui dejando abiertas a lo largo del camino.
El final del análisis no ha dado mal resultado, después del debe profesional y el haber de la familia y los amigos. Qué poco cuenta la deuda de lo que debió ser y no fue, frente al crédito solvente de sentirse querida.
Gracias, vida, por estos cincuenta y uno.
Gracias, amigos, por aportar el saldo positivo del cariño y la amistad, de las felicitaciones que emocionan, de las ganas de futuro y los recuerdos divertidos.
Besos y gracias a todos, de verdad.

jueves, 3 de marzo de 2016

Bombones



Recuerdo a Forrest Gump sentado en aquella parada de autobús."La vida es como una caja de bombones...", decía en boca del actor de doblaje, con esa forma peculiar de pronunciar las palabras.
Pues yo creo que es verdad. 
Cuánto chocolate hemos elegido engañados por el brillo espectacular de su envoltorio. Cuánto sabor a amigo amargo se nos ha quedado a veces entre los labios.
Pero esa es la vida, como afirmaba la abuela de Forrest: nada más y nada menos que un ejercicio de glotonería.

domingo, 28 de febrero de 2016

Andalucía

Hace mucho tiempo que la razón me enseñó cuánto daño le han hecho al mundo los colores de las banderas y los trazados de las fronteras. La Historia me llevó a la conclusión de que todos los males del mundo empezaron un día de hace muchos miles, cuando el ser se convirtió en humano clavando una estaca para separar su sembrado del hambre del vecino. 
Pero reconozco que a veces soy contradictoria, como si fuese difícil seguir el compás con la cabeza, moviendo al unísono el corazón. 
Hace un par de mañanas estuve en un acto institucional en el que se celebraba el día de Andalucía. En un momento dado, como broche final, un teatro a rebosar se puso en pie para escuchar el himno que identifica al blanco y verde de mi tierra. Y no sé qué pasó.
Al son de una música conocida, que esta vez se acompañaba de quejío flamenco y son de palmas, las emociones se me llenaron de recuerdos y de imágenes. En un momento, sin quererlo, como si los trajera la música flotando entre sus efluvios, me asaltaron olores de especia y sabor a gazpacho. Tuve la dulce sensación de revivir, en una caricia, las manos encallecidas de mi abuelo y de devolver a una cocina de baldosas gastadas, las conversaciones sobre el hambre y la miseria, esas que tanto me aterrorizaban cuando era niña. 
Andaluces levantaos, decía el cantaor quebrando el alma y la guitarra, mientras yo me cosía sin pudor los volantes al alma, admirando a un pueblo que lleva una vida repartiendo dignidad por el mundo, volviendo al enfado de las burlas y los estereotipos gastados con los que siguen tratándonos, alegrándome porque somos puntal en muchas cosas, aunque por desgracia nuestros niños tengan que acabar marchándose.
"Qué contradictoria soy", pensé mientras aplaudía, procurando que nadie me viera guardar con un pañuelo los sentimientos. "Siempre me gana el corazón", me dije, saliendo del teatro, luchando por apagar la luz blanca de la sal de mi tierra que todavía continuaba encendida en la cabeza. "Pero qué suerte tengo", me sonreí, tarareando el son que llevaba aún prendido en la punta de la lengua.
Felicidades a mis paisanos y a toda la gente de fuera que sé que nos quiere. Feliz día de Andalucía.














martes, 9 de febrero de 2016

El nombre de la rosa

Esta vez, el ejercicio propuesto por Leonor en la tertulia ha sido diferente. No hemos partido de una imagen sino de un texto. Consistía en continuar con el relato a partir de un párrafo de la novela "El nombre de la rosa" de Umberto Eco. 
Como siempre, un ejercicio interesantísimo. Cada uno de los presentes viramos, en cuanto a la forma literaria, hacia un lugar diferente. Hubo humor, ironía, sentimiento o crítica social, dependiendo del gusto o la personalidad de los que escribían. En mi caso, decidí hacerle un homenaje al autor y a ese momento dulce en que se pone fin a una historia y la cabeza deja de bullir de forma hirviente. 
Ahí os lo dejo por si lo queréis leer. La primera parte ( en grafía diferente) se la he pedido prestada a Eco.






Me desperté cuando estaba por sonar la hora de la cena. Me sentía atontado por el sueño, porque el sueño diurno es como el pecado carnal: cuanto más dura, mayor es el deseo que se siente de él, pero la sensación que se tiene no es de felicidad, sino una mezcla de hartazgo y de insatisfacción.

Me senté a escribir sin pensarlo, con la armonía de la rutina y de los gestos repetidos.
La mesa estaba llena de hojas en blanco. La mayoría las había arrugado con rabia esa misma mañana, y en ese momento, a medida que la mente se ponía en marcha pausadamente, me hacía gracia observar aquella metáfora de otoño ocupando todo mi espacio.
Tuve la sensación de que la máquina de escribir me miraba con aire provocativo. “A ver si te atreves”, parecía lanzarme, dispuesta a hacer sonar la campanilla de final de renglón, determinada a no volver a permitirme aquel tecleo impertinente de la mañana, aquella onomatopeya del toc toc que no había dado ningún fruto.
Me pesaban los ojos. Llevaba demasiado tiempo dibujando el mundo sentado en idéntica posición, y había llegado a pensar que ni siquiera yo era ya la misma persona, que algo de aquel ambiente frío y tenebroso se me había metido en el cuerpo para quedarse a vivir.
Uní las manos y crují los dedos con gesto de pianista. Tomé un último folio con delicadeza, haciéndolo girar despacio mientras oía el quejido del carro. Me concentré en aquellas teclas blanco sobre negro en las que ya  había vertido un universo, y me entretuve en escribir la palabra fin muy despacio, en el centro de la hoja, con dignidad de letra mayúscula.

Nunca supe si aquella decisión fue producto del sueño intempestivo que había durado hasta la hora de la cena. Sólo sé que aquella tarde, entre folios descartados y sentimiento de hartazgo, juré que guardaría para siempre el secreto del nombre, de aquel que siempre queda cuando ya ni siquiera está la rosa.
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domingo, 17 de enero de 2016

Al alba

Una de las actividades que más me gusta de la tertulia literaria de la que formo parte es un ejercicio que hacemos para obligarnos a escribir. Uno de los miembros sube una foto a la red y todos hacemos un pequeño relato, un poema, una reflexión...lo que en ese momento nos sugiera la imagen que vemos. 
La verdad es que es interesante porque el ejercicio termina cuando se leen los textos durante la siguiente reunión. Es curioso, la misma imagen, el mismo tema, y en cambio cada uno describe una escena tan distinta, que todos intuimos que está íntimamente ligada a su estilo escribiendo, a sus recuerdos o a su forma única y exclusiva de ver la vida. Este lunes, la foto es ésta: la luna posada delante del Real Observatorio de la Armada, en el trozo de cielo que nos corresponde a la gente de San Fernando. Ahí os dejo mi pequeñita aportación por si queréis leerla. Lo he titulado "Al alba".



Foto de: Rafael Ibáñez


Al alba

Dicen que la luna es coqueta.  
Dicen que le gusta que la observen  desde detrás de los cristales.
Por eso, mientras él se ajusta las lentes de mirar al infinito, ella le baila una danza mágica de cortejo. 
Dicen que él es muy serio.
Que le gusta descifrar números y multiplicar enigmas.
Por eso, mientras ella le guiña un ojo con sombra de cráter, él  se deshace en elogios tomándole medidas de sastre.
Cuentan que hay veces que se les pasan las horas.  Juntos los encuentra el día, con las primeras luces del alba.

domingo, 3 de enero de 2016

Los Reyes Magos


Hoy ha sido el día, hoy me he sentado a escribir la carta a los Reyes Magos. 
Como todos los años, he utilizado la pluma que pinta las palabras con mimo, cuidando muchísimo que la letra se entienda, que no confunda la vista cansada de sus majestades. La salud, esa la pido en sacos de cincuenta kilos, sin exigencias de embalaje ni lazos dorados; la alegría, el trabajo, hasta una "mijita" de éxito me he atrevido a implorar esta vez. Eso sí, con frases entrecomilladas para que se note el pudor que me produce el encargo.
Al final, sin ideas, muda por la emoción que siempre me produce dirigirme a los tres seres mágicos, me he decidido a plagiar la última frase de la carta de mi sobrino David, que para eso tiene la autoridad moral de ser en estos días lo que a mí me gustaría: un niño. Él termina diciendo, con muchísimo desparpajo: Bueno, Reyes Magos, si todo esto os parece poco, sorprendedme...

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