martes, 23 de junio de 2015

La estación

Hay días que me descubro observando la vida como si viviera en una estación. 
Me imagino sentada en un banco, que no sé por qué alguien pintó del verde con el que se alimenta la esperanza, y me acurruco dentro de mí misma, en una esquina de la emoción donde apenas llegan las palabras.
La primera sensación que me alcanza es la turbación cercana de los que esperan que algo ocurra, de los que comparten conmigo andén. Andan alborotados. Creen que la locomotora les dejará, envuelto entre sus silbidos, todo aquello que siempre esperaron. Y supongo que es tanto el tiempo invertido, que tengo la certeza de que a veces la memoria les juega la mala pasada de no saber ya qué esperan. Otros, los más afortunados, pululan por allí porque se aferran a la seguridad de que esta vez comienza para ellos el viaje, el momento mágico que los llevará adonde creen que nunca fue nadie, al lugar donde comienzan los sueños.
Un rato más tarde se instalan en mis sentidos, abotargados por la impresión de lo vivido, los sonidos, los olores, la sensación conmovedora de que algo está a punto de ocurrir en aquel apeadero a donde no sé bien cómo he llegado. Se cuelan por mis oídos y mi nariz con la desfachatez del ladronzuelo al que nunca pilla nadie.
Y entonces llega resoplando el tren. No sé muy bien el aspecto que tiene. Apenas me fijo cuando pasa traqueteando con un ruido metálico que me chirría dentro del alma. A duras penas advierto el aspecto brillante de la pintura que acicala su armadura, aquella con la que me revela su nombre. Son ellos los que llaman profundamente mi atención. Esos pasajeros iluminados por la luz fluorescente de los habitáculos que nunca atisbé, aquellas caras con sonrisa que me miran desde dentro de los vagones, dejándome claro en el segundo que dura su viaje por delante de mis pupilas, que hay otro mundo en otro lugar y es del que ellos vienen o es al que ellos van.
Luego se hace el silencio de nuevo, se acallan las voces, se van los que esperaban con la desilusión en los ojos vencidos. "Otra vez pasó de largo", oigo que dicen algunos, mientras los veo alejarse arrastrando la maleta cargada.
Entonces, dulcemente, me despierto.

domingo, 14 de junio de 2015

Sobremesa

Conversación de sobremesa de mi sobrina Ángela (13 años) y mi madre (77)
Ángela:  Abuela, en mi clase hay un niño gay y una niña bisexual.
Mi madre: Gay sí lo entiendo, pero ¿bisexual, chiquilla? ¿eso cómo es?
Ángela: Abuela, hija, que le gustan las mujeres y los hombres.
Mi madre: Ah...ya...bueno, entonces (y ahí pasa al susurro) ¿yo qué soy, hija?
Ángela: Hetero, abuela, tú eres hetero
Mi madre: Ah...yo por saberlo, vamos.

Jajajaja...mi familia no tiene remedio.

lunes, 1 de junio de 2015

El recital de Yolanda

Yolanda es una persona estupenda. Detrás de su sonrisa tímida hay una mujer luchadora que es capaz de enrolarse en la empresa del compromiso y la solidaridad a costa de su esfuerzo y su trabajo.
El sábado participé en un recital que organizó en Cádiz, en colaboración con ACNUR, con la intención de recaudar fondos y de aportar un granito de arena (modesto, pero cargado de sentimientos) para la desgracia que ha ocurrido en Nepal donde todavía hay miles de personas desamparadas suplicando que alguien les ayude.
Me gustaría dejaros el pequeño texto que escribí para mi intervención de ayer. Esta vez os lo dejo en audio. Es un audio casero, de tablet y grabadora,  al que he añadido algunas imágenes.  Ahí os lo dejo.
Muchas gracias, Yolanda, por contar conmigo. Ha sido todo un honor.





Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
UA-11714047-1