jueves, 28 de mayo de 2015

Despedidas

Sé que mañana la alarma del despertador dejará un aroma a despedida que inundará toda la casa. No será un olor agradable y dulzón como el de la fruta recién cortada, ni siquiera fuerte y oscuro, como el del humo del café. Estoy segura de que mañana el aire se impregnará de un olor agrio, de un sabor áspero, de un ligero amargor del que se agarra a la garganta y la atenaza con fuerza.
Ayer ya hubo tiempo para los adioses regados con cerveza fresca y anécdotas para recordar; mañana será el momento de recoger los últimos caramelos del cajón de la mesa compartida, los primeros números de teléfonos que aún no habíamos apuntado en esa agenda que nos vertebra la vida.
Así, con un aire gris -pensaré cuando el soniquete del reloj me revolotee por los oídos-  de esta manera tan cotidiana y a la vez tan tristona termina aquello que empezó, este tiempo de trabajo que me ha devuelto, por unos instantes, a la vida.
No me gustan las despedidas, los que me conocen lo saben. Siempre me marcho de los lugares antes de que me pille la tristeza desprevenida, antes de que el pellizco de la melancolía se dé cuenta de que me siento desvalida. Por esa misma razón he decidido escribir hoy este adiós que probablemente mañana no diré, porque quiero hacerlo antes de que empiece el tiempo del descuento hacia atrás en los minutos, antes de que toque aguantar el tirón y hacer como que nada importa nada; mucho antes de que necesite mantener engañado al corazón.

Os deseo toda la suerte del mundo "compis". 

sábado, 23 de mayo de 2015

La leyenda


“Cuenta la leyenda que hay noches en las que se juntan las estrellas”, le dice bajito a la niña, repitiendo como cada día el rito de saludar al sueño con un cuento de hadas.
 “Dicen que andan perplejos los astrónomos, que se pasan la vida observando por enormes telescopios y revolviendo entre precisos instrumentos; buscando una razón que les haga entender, al fin, ese fenómeno extraño”, le sigue contando mientras la pequeña la observa con los ojos muy abiertos y la inocencia estrenada.
“Entonces, cuando eso ocurre, la gente sale al campo y se sienta en las orillas de las playas. Nadie quiere perderse el espectáculo extraño de las luces concentradas en un punto lejano, de esa oscuridad tiñendo al mundo que queda huérfano de madrugada”.
“Luego, cuando todo termina, en la siguiente mañana, los periódicos se hacen eco, la televisión vende noticias y el mundo entero habla de esa noche especial en la que los astros se unieron”.
“ ¿Sabes qué?,  yo creo que sé lo que ocurre”, le dice con un aire de misterio que a ella misma le sorprende.  “¿Sí, mamá?, ¿lo sabes?” Pregunta la niña, radiante de sonrisas que iluminan la almohada.

"Dicen los viejos que son noches especiales, corazón, que hay veces que los planetas enmudecen y las estrellas se abrazan. El viento arrastra un murmullo que suena a rima de versos y sones de metáforas. Son los poetas, amor mío, cuando suben al cielo, los que cantan sus versos hasta despuntar el alba”. 


domingo, 10 de mayo de 2015

Manuel y la vida

Manuel entendió tarde que la vida no es más que un momento, un segundo hilvanado sobre una esfera por las delgadas agujas del reloj. Así que un día, asustado por la brevedad de lo vivido, decidió saltar la valla de la realidad y salir al camino a esperarla. Iba resuelto a pedirle a la vida una tregua, un tiempo de descuento con el que conseguir todo aquello que había dejado por hacer, todos los sueños que andaban todavía sin cumplir.
A la orilla del sendero por donde creía que la vida pasaría sin remedio, se sentó a mirar caer las hojas del bosque. Sintió sobre él la lluvia del amanecer que lo empapaba de forma intermitente. Sonrió al sol de mediodía que encendió el cielo de luz, y despidió con un deje de ternura a la tormenta. Escuchó nacer la noche entre el fastuoso fulgor de las estrellas, y dejó pasar el tiempo…esperando.
 Pero la vida no pasó por allí a pesar de su insistencia, no la vio venir, como esperaba, por el sendero, en ninguna de aquellas noches en vela. ¡Es que la vida no llega!, le dijeron los viejos del pueblo a la vuelta con una sonrisa de sorna, ella siempre está.

Manuel, al que parecía pesarle en el alma el tiempo perdido, retornó con rapidez a sus sueños, a sus ilusiones, a las cosas por hacer. Y allá abajo, en un cajón escondido en el fondo de su corazón, mantuvo fresco siempre el recuerdo del bosque, ese donde aprendió que no hay tiempo de prórroga,  que no se puede esperar, que la vida no llega, que la vida se va.
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