lunes, 28 de diciembre de 2015

Feliz 2016

Con la resaca de ternura que deja la Navidad, aquí ando, acomodando al 2015 en el cajón de la memoria. Primero lo he envuelto con mucho cuidado entre sábanas blancas con puntillas de hilo. Lo hago en honor a todo lo bonito que viví. Luego, he dejado muy cerquita, en un rinconcito del cajón de la cómoda, unos jabones con olor a manzana para que endulcen el aroma de aquello que me hizo daño. Espero que este 2016, que ya está colocado boca abajo en el útero materno del tiempo, traiga con él la alegría, la paz y sobre todo la esperanza.


miércoles, 2 de diciembre de 2015

Los confines del mundo

Hay un lugar en los confines del mundo. Un lugar mágico, donde el cielo no tiene límite de azul, donde las nubes imaginan caballos alados y a las estrellas el sol las deja brillar en su presencia.
Hay un lugar al que se llega con los ojos cerrados cuando ya no se puede más, cuando se presiente que los astros se han confabulado, cuando se tiene la absoluta certeza de que la vida no es más que eso, vida.
¿Cuánta gente tomará a diario el sendero que conduce al centro de ese país onírico? Desde la balaustrada de la cruda realidad, me resigno, no tengo capacidad numérica para hacer el cálculo.
Supongo que la desesperación encierra, en ella misma, la esperanza.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Diluirse

Mi marido, que es un ecologista convencido desde que era un chaval y campeaba por la Sierra de Cádiz prismáticos en mano, anda siempre a la gresca con los niños: "Os creeis que los recursos no se acaban nunca", "Cuánto gasto de agua", "¿Tanto se tarda en darse una ducha?". 
Conociendo su gusto por la Historia, no era de extrañar que encontrara, entre sus enormes conocimientos de batallas y estrategias, la expresión adecuada para etiquetar esa afición de mis hijos a las duchas de larga duración. "¿Qué?, ducha Hollywood, ¿no?, les dice cuando salen del cuarto de baño más de media hora después de entrar, haciendo referencia al premio que en contadas ocasiones se les otorgaba a las tripulaciones rusas durante la segunda guerra mundial, cuando para darte una ducha de más de dos minutos en un submarino, tenías que haber sido protagonista de una verdadera heroicidad.
Yo tengo un pequeño problema con esta pelea casera. Soy la madre responsable y copartícipe en la educación, así que mi papel está más que claro, porque entiendo que el hombre lleva razón. Pero reconozco (aquí en la intimidad de nuestra tertulia) que no tengo autoridad moral para representar la parte que me toca en la opereta porque en esta cuestión, los chiquillos han "heredao" el defecto de mí.
Vaya por delante mi respeto al ecologismo y a la gente que lucha por la supervivencia del planeta madre, pero yo es que entro en la ducha y se me olvida la extinción del lince y el calentamiento global. Hay algo en dejar caer el agua caliente por el cuerpo que para mí es como un bálsamo.
A veces, me encanta cerrar los ojos y notar el calor del líquido envolvente. Entonces, me imagino que me diluyo con el agua y dejo de ser yo. El cuerpo va desapareciendo lentamente y me hago ingrávida, liviana, como una gota. Me disuelvo, me escapo, me voy a conocer mundo a través del desagüe que me lleva hasta el mar. Desaparezco.
Afortunadamente mi casa tiene dos cuartos de baño, con lo cual, pienso siempre con esa inocencia que no sé por qué no acabo nunca de erradicar de mi mente a pesar de la experiencia vivida, no hay problema, nadie necesitará interrumpir mi momento de buceo en el mar de las sensaciones, mi único instante del día en que el runrún que me corroe el cerebro se calla y se quedan de un agradable color crema los pensamientos.
Imposible. No hay manera. El final de la experiencia mística siempre acaba y acabará igual. Lo tengo claro:
Toc, toc...mamá ¿te queda mucho?  

viernes, 30 de octubre de 2015

Fotogenia


Siempre he oído decir eso de: una cosa es ser guapa y otra es ser fotogénica. 
Nunca me lo he creído mucho, la verdad. Pienso sinceramente que quien es guapo/a, pero guapo/a de verdad, a ese/a no hay cámara fotográfica que se le resista. 
Pero bueno, como hay que consolarse con lo que se pueda, yo llevo agarrada a eso de la falta de fotogenia toda la vida para no cogerme una depresión de las de lexatín en vena cada vez que me veo en una foto. Mira que lo han intentado fotógrafos buenos, amigos desde el cariño, hasta familiares con muchas ganas de quitarme el complejo que me da verme en retratos de grupo. Pero qué va, nunca ha habido manera.
Un día, hablando con una persona que sale siempre monísima, ella me confesó: "yo es que me tengo la cara cogía". Bueno, me dije, entonces tiene que ser que el secreto es ese: mirarse en el espejo y decidir cuál de mis caras me gusta más para acogerme al modelo ensayado. Fácil.
Para rematar la jugada, y como soy una forofa autentica de los tutoriales de internet, en los que lo mismo aprendo a hacer un remiendo que a construir una calculadora casera, me fui al google de mis amores y me dispuse a escribir: cómo hacerse un selfie, decidiendo "voy a empezar por mí misma y ya después pasaré a que la foto la haga otro".
Enseguida, nada más que pinchar en varios sitios que no tenían lo que buscaba, di con la página que me explicaba, exactamente y paso a paso, cómo triunfar en eso de la fotito de marras .
Primer paso, me contaba una chica rubia guapísima, que empezó ya a mosquearme porque cumplía mi máxima sobre los guapos antes descrita: Nunca te tomes fotos desde abajo. Bajé el móvil y comprobé horrorizada cuánta razón tenía, así que empecé por estirar el brazo hacia arriba.
Segundo: la luz. Es preferible luz natural y frontal. ¿Natural y frontal? pues tendré que ponerme en la ventana porque mi cuarto de baño, el que tiene el espejo más grande, ese no me vale.
Tercero: controla tu rostro. Ahí vino el problema. Tu mentón debe inclinarse un poco hacia abajo, bien, hacia abajo, controlo. Aunque tu cara debe ir hacia adelante. A ver, mentón hacia abajo y cara hacia adelante...empiezo a complicarme la vida. Ojos abiertos, sin parecer asustados, aquí no me preocupé mucho, porque añadía entre paréntesis una explicación que decía (a esto le dedicaremos un punto más adelante), aunque la verdad, con el mentón hacia abajo y la cara hacia delante, empezaba a tener dificultad en la lectura hasta abriendo los ojos de forma asustada. Sonríe ligeramente. Cómo si eso fuera tan fácil, pensé, decidiendo entre sonreir con los labios cerrados, que me hace una mueca rara, o dejar salir los dientes. Perteneciendo a una generación en la que los brackets no eran imprescindibles para ser considerado adolescente, casi mejor que no. Si coges aire, suéltalo al disparar. Coloca la lengua en el paladar y se te marcarán los pómulos. Desde luego el punto tercero tenía su guasa. Cuando me empeñé en soltar el aire, el mentón, sin yo quererlo, vamos, como con vida propia, ya no se inclinaba y por mucho que apretaba la lengua contra el paladar, así como de reojo, como me permitía la inclinación de la cara, vi que los pómulos no se me marcaban ni de coña.
Cuando llegué al punto cinco Mirada seductora, tuve la sensación de que aquello era ya una batalla perdida. Dejé la posición antes reseñada para seguir mirando la lista de puntos, que eran varios y de l os que yo destacaría el número siete, por lo que produjo en mi alma de "miss fotogenia", ahora ya completamente herida. 

7. Tu postura también importa. Debes erguir los hombros, ladeándolos ligeramente y tener en cuenta si tomarás la imagen de pie o sentado. En el primer caso, cruza los pies dejando caer tu peso en el que coloques detrás, saca pecho sin exagerar, apuesta por los tacones y apoya tus manos sobre la cadera para afinar los brazos. En caso de estar sentado, debes echar el cuerpo hasta el borde y cruzar las piernas.

A esas alturas, yo ya no era yo, era una fiera. ¿Cómo puede alguien inclinar el mentón, levantar la cara, sonreir ligeramente, tener la lengua en el paladar, los ojos abiertos pero no asustados, hombros ladeados, pies cruzados, pecho sacado, brazos afinados? ¿todo a la vez y en la misma foto?...Anda ya, hombre.
En fin, que aquí estoy, delante del espejo mirándome fijamente. ¿Cuál será mi mejor perfil? Me parece que ya está bien. Se acabó. Tengo que hacer algo en rebeldía. Algo contra alguien que mande mucho, algo que arremeta contra un organismo oficial de estos que nos amargan la vida. 
Ya está, lo tengo claro, Voy a comerme un bocadillo de jamón. Y que se fastidie la OMS.

viernes, 23 de octubre de 2015

¿Hasta luego?

He leído más de una vez que ya los blogs no están de moda. No hay tiempo para leer. 
Y lo entiendo porque a mí también me pasa. Es más fácil echar un vistazo a esa especie de microrrelato en la que a veces se convierte facebook, que entrar a una página donde el texto es largo, donde si quieres interactuar tienes que escribir una respuesta; un mundo donde no vale con pinchar rápidamente en el "me gusta" con el que en las redes expresas al autor tu complicidad o tu compañerismo. Por eso llevo días sin escribir por aquí. Porque estoy dándole vueltas a la posibilidad de cerrar , al menos durante un tiempo, el diario sobre el que os he ido escribiendo mis historias. 
Mi primera entrada fue el 19 de noviembre de 2009. Falta poco para que se cumplan seis años desde que se me ocurrió la peregrina idea de que iba a haber alguien con ganas de seguirme el juego. Pero ha llovido en seis años y ya quedan pocos de aquellos locos que a menudo me acompañaban para compartir conmigo esta tertulia.
Hoy llevo un tiempo leyendo recuerdos y recordando lecturas. Sobre todo llevo un buen rato rememorando a amigos que han ido pasando por mi vida. Tengo que tomar una decisión y no la tengo clara. Mientras tanto, me quedo con aquella declaración de intenciones que hice un día con menos miedo que vergüenza y en la que, sencillamente, os invitaba a tomar café.
Gracias por haber sido parte de mi mesa-camilla.


19 de noviembre de 2009

El día que decidí crear un blog estuve pensando en un título que resumiera, en una frase corta, la intención de esta aventura que estoy comenzando y que ni siquiera sé si voy a saber manejar en este lío de html, webs, bloggers y demás términos indecifrables.
Lo único que pretendía era crear un lugar, un espacio en este mundo infinito de la red donde quedar para charlar con los amigos, donde asomarme a recordar una canción, o a retomar una conversación que nunca debió terminarse.
Y, de repente, pensando en las charlas, en las risas y en las canciones, sentí la enorme necesidad de tomar un café.
Es curioso porque a mí el sabor del café no me gusta. Ese regustillo amargo no es muy de mi agrado. Pero el olor...ese olor que lo inunda todo...
Creo que el aroma del café ha llenado durante tanto tiempo mi vida que me arrastra con él a lo mejor de mí misma. El café me trae el olor de mi casa, bueno de la casa de mis padres que será siempre la mía, el tacto del sofá de los domingos, muy temprano, cuando hay que charlar bajito para no despertar a los niños, el parón en los estudios cuando mi hermana, parodiando las telenovelas que hacían furor en los 80, nos "provocaba un cafetito"...es el café de las mañanas con mi amiga de siempre con la que no puedo arreglar el mundo nunca, es la locura del momento de relax en el trabajo, cuando una chica morena me deja alucinada cada día con su memoria: manchado para mí, avellanado para la compi, descafeinado el del jefe, cortado para los snobs y hay un amigo, el más valiente, que todavía en noviembre lo quiere helado.
Cuantas historias contadas y cuantos secretos guardados alrededor de un café.
Por eso he decidido invitaros a charlar imaginandonos frente al líquido negro. Cada quien puede contar lo que quiera mientras removemos el azúcar del fondo. Os prometo que nunca faltarán el colacao para el que no toma café, el donut para el que pueda permitírselo y la sonrisa de bienvenida para todo aquel que quiera aceptar esta invitación al sentimiento.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Vámonos

Son tantas cosas las que oigo últimamente sin poder dar crédito, son tan frecuentes las barbaridades que se me acumulan en la lista pendiente de noticias por leer o en la bola del mundo blanca sobre azul con la que facebook me avisa de que tengo novedades, que ya en varias ocasiones me he descubierto a mí misma susurrando bajito esa gráfica expresión que utilizamos cuando no podemos más, cuando el absurdo se sitúa en un "nivel estratosférico": Apaga y vámonos.
No sé si sabéis de dónde viene la locución, pero como todas las frases hechas que usamos a diario, tiene un origen curioso que me gustaría contaros:
Parece que todo empezó en un pueblo de Granada (Pitres), donde dos sacerdotes, aspirantes a una capellanía castrense y por lo tanto rivales, apostaron entre ellos para demostrar sus méritos, a ver cuál de los dos celebraba una misa más rápidamente.
Uno de ellos, creyéndose muy listo y algo "picado" por la desventaja de ser el primero en demostrar su valía, se subió al altar y dijo con aire solemne: "Ite misa est", lo que a la liturgia en castellano sería "la misa se ha acabado, podéis ir en paz". Dicen que cuando el otro sacerdote se dio cuenta de que el primero había utilizado justo la última frase del ritual y que en la ceremonia no quedaba nada que añadir, dudó un momento subido al púlpito. Pero luego, en un magnífico ejercicio de astucia, lanzó un guiño cómplice a su monaguillo y le dijo, con toda la gracia: apaga y vámonos. A nadie le quedó duda de que había ganado la apuesta. 
Lo que interpreto de esta leyenda es que el episodio debió ocurrir hace ya unos siglos, cuando la gente todavía era inocente, cuando una frase sentenciaba una situación. En mi caso, tengo que confesar que la estupefacción diaria me ha hecho perder la fe en aquel clérigo tan simpático. No creo ya que las incongruencias terminen. Ando mandando apagar a diario, pero tengo la sensación de que nunca nos vamos. Quizás, en un acto de prepotencia acabe construyendo mi propia expresión, algo muy simple que debería sonar así como: No apagues, deja encendida la vela, chaval, que me apuesto la capellanía a que mañana habrá más.
Besos

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El suave olor de las magnolias. El vídeo

Como buena madre, no podía dejar a este segundo hijo sin su vídeo igual que lo tuvo el hermano mayor. Gracias a todos los que me habéis regalado nuevamente las emociones. Gracias, de verdad, por esta etapa dulce de mi vida.


lunes, 24 de agosto de 2015

Un dentista y un tamarindo

Mi hija, como casi todos los adolescentes que conozco, anda sufriendo el martirio de los brackets. Como su proceso ha sido complicado, lleva casi tres años yendo y viniendo al dentista. Yo me armo de paciencia, enciendo mi libro electrónico y la espero en la salita, mientras ella se enfrenta al reto de la puesta en fila de incisivos, caninos y algún que otro molar. Por eso, cuando hace un par de meses, la enfermera me dijo: "Cantillo quiere hablar contigo", no me extrañé. Supuse que por fin terminaba este proceso que en el caso de María, se está alargando algo más de lo habitual. 
Manuel Cantillo es un dentista joven, con un carácter tan agradable que en la vuelta a casa después de la consulta, cuando suelto la típica pregunta de madre desesperada sobre la conclusión de este camino que parece no tener fin, termino escuchando una conversación sobre grupos de música y calles de Londres que mi hija y él han compartido. Conozco, porque eso se nota en las formas y en el tono, que es un profesional de lo suyo, a la vez que una persona encantadora. Pero además, la vida, que es así de apasionante como de imprevisible, aquel día en que me llamó, me tenía guardada una sorpresa de esas que no voy a olvidar.
Esta Semana Santa, Manuel hizo un viaje hacia la esperanza. No era la primera vez que se convertía en uno de esos héroes a los que yo quise homenajear con mi primer libro, pero esta vez se marchó con una ONG llamada "Dentistas sin fronteras", precisamente a Senegal. M. Carmen, compañera suya de la consulta, amiga mía y lectora de "A la sombra de los tamarindos", lo convenció de que no podía irse a Senegal sin haber leído el libro de la madre de María, que es como se me conoce en ese mundo que compartimos una o dos tardes al mes. Entonces, Manuel, que andaba por internet buscando vocabulario wolof, se echó en la maleta una novela que yo escribí, iniciando con su vuelo el camino más bonito que podía contarme nunca alguien, el viaje que convertiría de alguna manera la esencia de mi ficción en una preciosa realidad con la que me emocionó.
"¿Sabes qué nos pasó?", me decía mientras yo lo escuchaba con el alma encogida, "que el medicamento para la malaria nos causaba insomnio". Y con esas palabras como preludio de una crónica que me dejó el corazón reblandecido, Manuel Cantillo me contó, en el pasillo de su consulta, con la sencillez de quien hace las cosas sin esperar honores ni premios, un buen puñado de anécdotas que a mí me sonaron a música, un buen montón de pequeñas historias que unían la literatura con la vida y una novela con una verdad. Me explicó que compartían habitación con camas improvisadas en hamacas colgantes, y que en una de aquellas noches de insomnio y sueños extraños, alguien se quejó de no haber llevado un libro. Entonces, Cantillo dijo "yo he traído éste", y como si aquellas palabras fueran la varita mágica con la que hacer realidad mis sueños, uno tras otros, sus compañeros de viaje decidieron compartir aquel libro, aquella historia que yo escribí para homenajearlos, para hacer un canto a la gente solidaria, a las personas buenas como ellos que teniéndolo todo, se dejan aquí las comodidades del hogar y los hoteles de lujo para irse al otro lado del mundo a intentar remediar las miserias ajenas. 
"Tengo que enseñarte el libro", me decía sin darse ni cuenta de que yo no podía contestarle porque no recordaba cómo se pronuncian las palabras, "Tienes que verlo", me decía, "porque cada uno escribió su nombre en un trozo de papel a modo de marcapáginas" para saber dónde dejaba cada noche la lectura. Y yo me imaginaba a aquel grupo de chicos, tal como él me iba describiendo las escenas, haciéndose fotos con mi novela bajo los tamarindos, pasándose el libro durante las noches de vigilia y convirtiendo en realidad la ilusión de esta aficionada a la literatura a la que ese día, de esa forma tan sencilla y con esas palabras tan cálidas, un dentista convirtió en escritora a pesar de que nunca tuve ni tendré el Nadal ni el Planeta.
"Tráete el libro al Congreso de Barcelona, que yo no me lo terminé", fue la frase que nos hizo reir a los dos, y con la que me marché de aquella consulta flotando. "Pero una amiga de Alicante me ha dicho que ya se lo ha comprado porque quería tenerlo", me contó también riéndose, mientras yo pensaba que no tendré vidas suficientes, aunque consiguiera reencarnarme, para agradecer a unas personas a las que no conozco la enorme felicidad que supuso para mi aquella tarde.
He tardado en compartir mi historia porque todavía estoy esperando sus fotos prometidas (Cantillo si lees esto, acuérdate). Pero me da que tendré que esperar. ¿Sabéis por dónde anda ahora? En la India, el amigo Manuel y "Dentistas sin fronteras" están ahora en la India. 
Gracias por las emociones, Cantillo. Te deseo que seas feliz en la vida. No se me ocurre nada mejor que desear a personas como tú.
Gracias también a ti, M. Carmen, por poner desde el principio la ilusión. Sé que es de corazón. ¡Vaya dos! Conseguisteis que esta charlatana se quedara, por primera vez, sin palabras.



Las fotos llegaron. Gracias Manuel
 



jueves, 13 de agosto de 2015

En blanco y negro

Hace un rato, les contaba a mis amigos de facebook la última anécdota protagonizada ayer por uno de mis sobrinos. 
El chiquillo, que acaba de cumplir ocho años, estuvo viendo unas fotos antiguas. Me lo imagino, aunque no estaba presente, observando las fotos con los ojos muy abiertos, con una expresión que es muy suya cuando algo le sorprende. Un rato después, supongo que tras darle más de una vuelta en la cabeza, le preguntó a mi cuñada:
- Mamá, ¿tú ya vivías cuando el mundo era en blanco y negro?
Cuando su madre me lo contó, la verdad es que mi primera reacción fue reírme, pero reírme de veras, como sólo puedo hacerlo cuando intuyo detrás de la gracia la espontaneidad y la inocencia de un niño, reírme igual que cuando mi sobrino David se quedó a dormir en casa y después de levantarse lleno de ronchas de mosquitos, me dijo con tono de sentencia: "tata, el que te vendió el aparato de los mosquitos te ha timado". Reírme como cuando sé que para ellos no hay risa, sólo su verdad y su percepción, sin pretender hacer la gracia. Luego, cuando he vuelto a pensarlo en casa, me he dado cuenta de la filosofía que lleva detrás la frase, de cómo el mundo avanza sin que apenas nos demos cuenta. 
Entiendo que a estos niños nuestros, acostumbrados como están a juegos en los que los personajes se mueven con gestos humanos, a ordenadores que te felicitan porque saben en qué fecha exacta cumples los años; a estos que antes de andar conocen ya qué tecla pulsar para que la tablet reproduzca sus dibujos animados preferidos, no les cabe en la cabeza que hubo un tiempo, un tiempo de hace no mucho, en el que las cámaras de fotos tomaban la instantánea en distintos tonos de gris. Es algo tan poco común, algo tan extraño en su forma de concebir la vida, que al chiquillo le resulta más fácil pensar que es que el mundo era así, que todavía no se habían inventado los colores, antes que creer que algo tan sencillo como una cámara, que ahora se lleva en el móvil, en la parte superior del bolígrafo o en un llavero, no conocía el color como avance tecnológico.
Hoy, recordando a Pepe y su pregunta del millón, he vuelto a verme a mí, de niña, metida en la cama temblando, cuando de tanto oír hablar a los mayores de la guerra y del hambre pasada, creía, con la mayor de las inocencias y el más terrible de los miedos, que la guerra era algo cíclico, algo que pasaba de vez en cuando, como la primavera o la Feria del Carmen.
En fin, ayer mi hermana volvió a explicárselo, pero por la cara, me da a mí que no...vamos, que no hay quien lo convenza...jajajaja.. 
Bendita inocencia.

domingo, 2 de agosto de 2015

Islacultura 2015

El viernes por la tarde-noche viví una experiencia muy bonita. El lugar era mágico, el ambiente encantador y me consta que todos los que estábamos pusimos lo mejor de nosotros para que el momento saliera perfecto. Fue un encuentro realizado en San Fernando, La Isla, como nos gusta llamar a mi ciudad los que la queremos, en el que participamos personas que nos dedicamos de una u otra manera al arte, a la cultura, a esa forma especial de sentir la vida que te hace lanzarte de forma altruista, sin otra compensación que el aplauso de los que estaban, a subirte a un escenario y esperar las emociones.
Gracias a todos por estar. No hay nada mejor en el mundo que ser feliz y el viernes lo conseguí gracias a vosotros.
Os dejo mi pequeña aportación, un relatito corto que leí describiendo un sentimiento que creo que compartimos todos los que somos de esta tierra. 
Gracias


viernes, 17 de julio de 2015

Levante de feria

En días como el de hoy, no puedo evitar recordar algunas de esas películas americanas de ambiente asfixiante, esas en las que el calor, como protagonista, tomaba las riendas del argumento creando un ambiente pegajoso, y donde se perseguía a un hombre de piel oscura o a un guapísimo Robert Redford. 
Además, en mi pueblo, porque es feria y forma parte de la tradición como la procesión marinera o los fuegos artificiales, el levante se ha instalado sobre las casetas de telas de rayas y por entre los volantes de un vestido de flamenca. 
Ya se insinuó anoche, suave pero persistente. Lo descubrí haciendo ondear las banderas y removiendo los farolillos que -cuestión de modas- cada vez abundan menos en el recinto ferial. Iba y venía, susurrándome al oído que andaba rondando la Calle Real, la Ronda del Estero y el Caño Dieciocho, que venía para cortejar a la Isla, que es como llamamos a San Fernando, me decía con la voz de los sueños, los que de verdad la queremos. 
La madrugada se había sentado ya en la música de las orquestas y en el son de las sevillanas cuando me volví a casa, dejando a ese viento cálido agazapado, esperando el momento para lucirse, calculando el instante de gloria en el que entrar secando esteros y arrastrando nubes. 
Dicen los que lo aprendieron en las huertas de afuera y las revueltas de periquillo que el levante juevero no es dominguero. Espero, por el bien de nuestras ganas de playa, que aquellos primeros piropos galantes que anoche sentí, cumplieran con el horario y no se hubieran colado, ya en viernes, en las manecillas del reloj de las ramas de sapina que adornan las marismas de mi tierra. Que hay mucha playa que recorrer y mucho chiringuito que disfrutar. 
Levantito, pórtate, que tu amigo el calor aprieta.

martes, 23 de junio de 2015

La estación

Hay días que me descubro observando la vida como si viviera en una estación. 
Me imagino sentada en un banco, que no sé por qué alguien pintó del verde con el que se alimenta la esperanza, y me acurruco dentro de mí misma, en una esquina de la emoción donde apenas llegan las palabras.
La primera sensación que me alcanza es la turbación cercana de los que esperan que algo ocurra, de los que comparten conmigo andén. Andan alborotados. Creen que la locomotora les dejará, envuelto entre sus silbidos, todo aquello que siempre esperaron. Y supongo que es tanto el tiempo invertido, que tengo la certeza de que a veces la memoria les juega la mala pasada de no saber ya qué esperan. Otros, los más afortunados, pululan por allí porque se aferran a la seguridad de que esta vez comienza para ellos el viaje, el momento mágico que los llevará adonde creen que nunca fue nadie, al lugar donde comienzan los sueños.
Un rato más tarde se instalan en mis sentidos, abotargados por la impresión de lo vivido, los sonidos, los olores, la sensación conmovedora de que algo está a punto de ocurrir en aquel apeadero a donde no sé bien cómo he llegado. Se cuelan por mis oídos y mi nariz con la desfachatez del ladronzuelo al que nunca pilla nadie.
Y entonces llega resoplando el tren. No sé muy bien el aspecto que tiene. Apenas me fijo cuando pasa traqueteando con un ruido metálico que me chirría dentro del alma. A duras penas advierto el aspecto brillante de la pintura que acicala su armadura, aquella con la que me revela su nombre. Son ellos los que llaman profundamente mi atención. Esos pasajeros iluminados por la luz fluorescente de los habitáculos que nunca atisbé, aquellas caras con sonrisa que me miran desde dentro de los vagones, dejándome claro en el segundo que dura su viaje por delante de mis pupilas, que hay otro mundo en otro lugar y es del que ellos vienen o es al que ellos van.
Luego se hace el silencio de nuevo, se acallan las voces, se van los que esperaban con la desilusión en los ojos vencidos. "Otra vez pasó de largo", oigo que dicen algunos, mientras los veo alejarse arrastrando la maleta cargada.
Entonces, dulcemente, me despierto.

domingo, 14 de junio de 2015

Sobremesa

Conversación de sobremesa de mi sobrina Ángela (13 años) y mi madre (77)
Ángela:  Abuela, en mi clase hay un niño gay y una niña bisexual.
Mi madre: Gay sí lo entiendo, pero ¿bisexual, chiquilla? ¿eso cómo es?
Ángela: Abuela, hija, que le gustan las mujeres y los hombres.
Mi madre: Ah...ya...bueno, entonces (y ahí pasa al susurro) ¿yo qué soy, hija?
Ángela: Hetero, abuela, tú eres hetero
Mi madre: Ah...yo por saberlo, vamos.

Jajajaja...mi familia no tiene remedio.

lunes, 1 de junio de 2015

El recital de Yolanda

Yolanda es una persona estupenda. Detrás de su sonrisa tímida hay una mujer luchadora que es capaz de enrolarse en la empresa del compromiso y la solidaridad a costa de su esfuerzo y su trabajo.
El sábado participé en un recital que organizó en Cádiz, en colaboración con ACNUR, con la intención de recaudar fondos y de aportar un granito de arena (modesto, pero cargado de sentimientos) para la desgracia que ha ocurrido en Nepal donde todavía hay miles de personas desamparadas suplicando que alguien les ayude.
Me gustaría dejaros el pequeño texto que escribí para mi intervención de ayer. Esta vez os lo dejo en audio. Es un audio casero, de tablet y grabadora,  al que he añadido algunas imágenes.  Ahí os lo dejo.
Muchas gracias, Yolanda, por contar conmigo. Ha sido todo un honor.





jueves, 28 de mayo de 2015

Despedidas

Sé que mañana la alarma del despertador dejará un aroma a despedida que inundará toda la casa. No será un olor agradable y dulzón como el de la fruta recién cortada, ni siquiera fuerte y oscuro, como el del humo del café. Estoy segura de que mañana el aire se impregnará de un olor agrio, de un sabor áspero, de un ligero amargor del que se agarra a la garganta y la atenaza con fuerza.
Ayer ya hubo tiempo para los adioses regados con cerveza fresca y anécdotas para recordar; mañana será el momento de recoger los últimos caramelos del cajón de la mesa compartida, los primeros números de teléfonos que aún no habíamos apuntado en esa agenda que nos vertebra la vida.
Así, con un aire gris -pensaré cuando el soniquete del reloj me revolotee por los oídos-  de esta manera tan cotidiana y a la vez tan tristona termina aquello que empezó, este tiempo de trabajo que me ha devuelto, por unos instantes, a la vida.
No me gustan las despedidas, los que me conocen lo saben. Siempre me marcho de los lugares antes de que me pille la tristeza desprevenida, antes de que el pellizco de la melancolía se dé cuenta de que me siento desvalida. Por esa misma razón he decidido escribir hoy este adiós que probablemente mañana no diré, porque quiero hacerlo antes de que empiece el tiempo del descuento hacia atrás en los minutos, antes de que toque aguantar el tirón y hacer como que nada importa nada; mucho antes de que necesite mantener engañado al corazón.

Os deseo toda la suerte del mundo "compis". 

sábado, 23 de mayo de 2015

La leyenda


“Cuenta la leyenda que hay noches en las que se juntan las estrellas”, le dice bajito a la niña, repitiendo como cada día el rito de saludar al sueño con un cuento de hadas.
 “Dicen que andan perplejos los astrónomos, que se pasan la vida observando por enormes telescopios y revolviendo entre precisos instrumentos; buscando una razón que les haga entender, al fin, ese fenómeno extraño”, le sigue contando mientras la pequeña la observa con los ojos muy abiertos y la inocencia estrenada.
“Entonces, cuando eso ocurre, la gente sale al campo y se sienta en las orillas de las playas. Nadie quiere perderse el espectáculo extraño de las luces concentradas en un punto lejano, de esa oscuridad tiñendo al mundo que queda huérfano de madrugada”.
“Luego, cuando todo termina, en la siguiente mañana, los periódicos se hacen eco, la televisión vende noticias y el mundo entero habla de esa noche especial en la que los astros se unieron”.
“ ¿Sabes qué?,  yo creo que sé lo que ocurre”, le dice con un aire de misterio que a ella misma le sorprende.  “¿Sí, mamá?, ¿lo sabes?” Pregunta la niña, radiante de sonrisas que iluminan la almohada.

"Dicen los viejos que son noches especiales, corazón, que hay veces que los planetas enmudecen y las estrellas se abrazan. El viento arrastra un murmullo que suena a rima de versos y sones de metáforas. Son los poetas, amor mío, cuando suben al cielo, los que cantan sus versos hasta despuntar el alba”. 


domingo, 10 de mayo de 2015

Manuel y la vida

Manuel entendió tarde que la vida no es más que un momento, un segundo hilvanado sobre una esfera por las delgadas agujas del reloj. Así que un día, asustado por la brevedad de lo vivido, decidió saltar la valla de la realidad y salir al camino a esperarla. Iba resuelto a pedirle a la vida una tregua, un tiempo de descuento con el que conseguir todo aquello que había dejado por hacer, todos los sueños que andaban todavía sin cumplir.
A la orilla del sendero por donde creía que la vida pasaría sin remedio, se sentó a mirar caer las hojas del bosque. Sintió sobre él la lluvia del amanecer que lo empapaba de forma intermitente. Sonrió al sol de mediodía que encendió el cielo de luz, y despidió con un deje de ternura a la tormenta. Escuchó nacer la noche entre el fastuoso fulgor de las estrellas, y dejó pasar el tiempo…esperando.
 Pero la vida no pasó por allí a pesar de su insistencia, no la vio venir, como esperaba, por el sendero, en ninguna de aquellas noches en vela. ¡Es que la vida no llega!, le dijeron los viejos del pueblo a la vuelta con una sonrisa de sorna, ella siempre está.

Manuel, al que parecía pesarle en el alma el tiempo perdido, retornó con rapidez a sus sueños, a sus ilusiones, a las cosas por hacer. Y allá abajo, en un cajón escondido en el fondo de su corazón, mantuvo fresco siempre el recuerdo del bosque, ese donde aprendió que no hay tiempo de prórroga,  que no se puede esperar, que la vida no llega, que la vida se va.

lunes, 27 de abril de 2015

La nota

Desde que decidí, hace ya tanto tiempo que ni siquiera sería capaz de recordar la fecha exacta, que quería estudiar Historia, reconozco que ha habido días en mi vida en los que me he arrepentido de haber tomado ese camino.
La mía es una profesión difícil, de eso no cabe duda. Supongo que debe serlo en cualquier parte del mundo, pero es evidente que se convierte en algo mucho más complicado en un país como España, un lugar donde está demostrado que la Historia y la Cultura, esas dos disciplinas que deberían escribirse con mayúsculas, no sirven muchas veces nada más que para dar quebraderos de cabeza a quien nos manda, para parar las obras del centro comercial por la inoportuna aparición de un yacimiento arqueológico, o para engrosar de forma descomunal la cola del paro a la que hay que disfrazar con estadísticas absurdas.
A menudo, cuando comparto reunión con los amigos que han conseguido eso que se llama "triunfar en la vida", cuando celebro ascensos y escucho hablar de viajes maravillosos que yo no podré permitirme nunca, me planteo no una, sino mil veces, cómo se me ocurrió creer que iba a ser capaz de ganarme la vida de manera estable con una profesión tan denostada, tan poco apoyada institucionalmente, tan dependiente de unas oposiciones que si hago cuentas, se han pasado congeladas o amañadas casi la mitad del tiempo que llevo en activo. Creo que ese es el peor de los momentos, es la hora en la que el espíritu se vuelve débil, y alguna vez, como en los pasajes bíblicos, también yo reniego de aquello en lo que creí de forma ciega.´
Lo que ocurre es que de repente llega un día, uno de esos en los que parece que la vida pasa sin dejarse notar, y un golpe de aire fresco mueve las cortinas del balcón del corazón. Una nota escrita por alguien en el siglo XVIII, un pequeño trozo de papel que probablemente nadie más que esa persona y tú ha leído desde hace más de doscientos años, un trozo autógrafo de la vida de alguien, aparece entre las páginas de un libro. Os puedo asegurar que entonces la adrenalina se dispara, las manos tiemblan y aquellas letras escritas a pluma con una tinta de color oscuro que casi traspasa el papel, se graban con buril en la tablilla de nuestra memoria, en ese lugar que debe existir en el cerebro, y que destinamos a inscribir los grandes acontecimientos. "A 25 de diciembre"...voy leyendo en el trozo de papel amarillento, mientras empiezo a poner en marcha en mi imaginación, el artículo que escribiré para dar forma y contar lo que aporta al mundo eso que alguien me cuenta.
Estoy convencida de que la Historia bien narrada es un maravilloso cuento de hadas. He podido comprobarlo a menudo. Muchas veces, en esas reuniones en las que comparto éxitos y celebro viajes, he notado que se hace el silencio cuando empiezo, despacito, a relatar el cuento, cuando voy desgranando la historia verdadera que sé de un barco que desapareció si dejar rastro, de una pareja que descansa abrazada en el Museo de mi pueblo, de un hombre que dejó una nota en un papel en 1767 para que yo hoy pueda leerla. 
Tengo que decir que entonces, como tantas otras veces, las aguas vuelven a su cauce y me reencuentro conmigo misma y con la ilusión que en realidad nunca perdí. Se me olvida la vergüenza de seguir dando tumbos laborales a esta edad y hago la cuenta matemática de todo lo que los sitios maravillosos en los que he trabajado me han aportado al espíritu. 
Es verdad, sé lo que estaréis pensando, todos lleváis razón en que esto de la Historia dinero no da. Pero, de verdad, no os podéis imaginar lo que ofrece en satisfacciones.

lunes, 6 de abril de 2015

Las palabras hirientes

Más de una vez -cada uno es como es, qué queréis que os diga- me entretengo en buscar en el diccionario el significado de las palabras hirientes.
Ando siempre preguntándome, porque todavía no he hallado la respuesta, si son ellas solas las que pueden mutilar el alma, o si al igual que los cuchillos de doble filo o los revólveres del oeste,  las palabras permanecen inofensivas mientras están inertes, e inocentes mientras las dejamos inanimadas.
Esa es la razón de mi búsqueda. Me apasiona encontrarlas allí, en el lugar donde nacieron, sin la contaminación lingüística de la frase de la que forman parte, ni el ruido de fondo del argumento que hace recaer en ellas su fuerza. Entonces, en ese momento de encuentro, me encanta el ejercicio de nombrarlas en alto, me apasiona comprobar la cadencia de su sonido y la negrura de su significado. 
Ignominioso, ruin, zafio...suenan hasta bonitas cuando se dicen al azar, sin pensar...lerda, desvergonzada...esas son peor sonantes, pero ni siquiera se acercan al daño que pueden infringir cuando van dentro de un párrafo.
Últimamente las redes sociales se están convirtiendo en un campo minado en el que todo vale. Cualquiera, al amparo del cristal de una pantalla, aprovecha ese momentito de gloria que le permite un comentario para zamparse a gusto, sobre todo con el "políticamente" contrario. Parece ser que ahí no hay reglas de cortesía ni se tiene en cuenta el decoro. 
Reconozco que cada vez me cuesta más entrar al hilo de una conversación de cualquier tema, pero sobre todo del político. Y es una pena, porque soy de las que creen que siempre hay que darle una oportunidad a las palabras. Desgraciadamente, han hecho que no me merezca la pena tanto insultador gratuito con los que me acabo topando, tanto agresor de lengua locuaz que deja claro lo que esconde en el oscuro rincón de donde sale su agravio. Nunca los bloqueo, es superior a mí. Creo en la democracia, en la libertad de expresión y no me gustan las leyes que nos amordazan. A veces, incluso les permito sembrar en mi cabeza la semilla del malestar. De un tiempo a esta parte son muchas las veces que callo, y eso me hace sentirme del grupo cobarde de los que otorgan. 
Espero que las aguas se calmen y los cauces devuelvan su sitio al río. Mientras tanto, hoy, como muchas tardes, voy a leer en alto la palabra "impresentable" en la I de mi diccionario.

viernes, 20 de marzo de 2015

Lluvia

Hace dos tardes, probablemente una de las que más ha llovido en el año, tuve la valentía de lanzarme a la calle.
El día había sido ajetreado. El Planeta, a esas alturas de la rotación, apenas llevaba moviéndose  once o doce horas desde que me puse en pie, y no sé por qué, tenía la sensación de que mi cabeza le llevaba  ventaja al astro madre en ese aturdidor ejercicio de girar: madrugón, compras, casa, paraguas, lluvia…
De repente, en un momento que no podría situar en la esfera del reloj que siempre va conmigo, el coche quedó perfectamente aparcado, las luces apagadas y la llave girada. Entonces, como en los encantamientos y los sortilegios, el mundo se paró.
Note que el viento hacía notar su presencia sutilmente, quejándose con un gruñido desvalido. La lluvia, como un animal salvaje, se adueñó ferozmente del silencio. Su repiqueteo me transportó a una tediosa tarde de verano y al teclado de una vieja máquina de escribir. QWERT…POIUY transcribía sobre el techo del coche, escondiéndome tras un manto líquido que se volvía cada vez más denso. Y la melancolía, un sentimiento al que siempre recordaba triste, por primera vez en mi vida, me hizo sentir bien.

Todavía no puedo explicar qué pasó. Reconozco que ni siquiera me gustaría entender qué ocurrió en aquel útero materno en el que el tiempo se descontó. Sólo sé que allí, a cubierto y a salvo de todos los males urdidos, fui, de repente, extremadamente feliz. 

domingo, 15 de marzo de 2015

Lunes

¿Preparados para ir a por el el lunes? ¿No?
Pues no hay más remedio. Así que no olvidaros de "supervitaminarse" y "mineralizarse".  No creo que haya nada más gratificante en el mundo que salir a "comerse" la vida.

domingo, 8 de marzo de 2015

Hace unos días, en una de esas charlas en las que disfruto debatiendo y de las que siempre salgo con algo aprendido, un amigo se quejaba de que las mujeres tuviéramos un día señalado en el calendario. ¿Y por qué no los hombres?, argumentaba, ¿es que no nos lo merecemos?
La verdad es que en parte lleva razón. En estas cuestiones, le decía yo, siempre pagan justos por pecadores, y es una realidad que cuando se generaliza, se comete una injusticia. Ni por desgracia todas las mujeres son dignas de tener un día, ni afortunadamente todos los hombres pueden ser tachados de machistas o contribuyen a que se siga propiciando la desigualdad. 
Ojalá, le contestaba yo, ojalá llegue el momento en que no haya que celebrar el día de la mujer, ni el de la infancia, ni el del cáncer, porque eso sería señal de que hemos conseguido el equilibrio entre géneros, la cura de las enfermedades y la sociedad perfecta.
Pero es evidente que aunque ambos sexos hemos sufrido por culpa de unos roles que vienen establecidos desde antes de que fuéramos "Historia", tenemos que enfocar las reivindicaciones y los recordatorios hacia el débil, hacia aquellas que todavía hoy en día siguen sufriendo discriminación en el trabajo, en la vida social, y lo que es peor y más doloroso, en la familiar.
"Qué lentitud conduciendo, mujer tenía que ser".
"No, no, yo todavía barrer, anda, pero la plancha, eso es cosa de mujeres".
"Para pasar esta entrevista necesitamos otro dato: ¿Tiene novio? ¿Piensa tenerlo?"
"Mi pareja es muy celoso, pero es porque me quiere"
"No puedo ir con vosotras, a mi marido no le gusta que esté en la calle de noche".
Este es el día a día de muchísimas mujeres. Y no son, porque no quiero entrar en el tópico, ninguna de las que salen a diario en la prensa, muertas en medio de la calle a manos de alguien a quien posiblemente amaron. Hablo de las que todos conocemos, de las que son nuestras amigas, nuestras madres... mujeres a las que vemos desenvolverse, resignadas porque siempre le han dicho que es que la vida es así, orgullosas (porque además es justo que lo estén) de su magnífico papel de madre, hija, esposa, amiga, enfermera, profesional en su trabajo...pero a las que a veces se les olvida dónde dejaron un día de hace tiempo, la palabra libertad.
Hoy es el día de recordar ese sacrificio, esa forma de afrontar los problemas, ese valor tan femenino para plantarse ante la vida de frente. Por todas y para todas me uno a la festividad del almanaque. Les deseo mi más sincera felicitación a aquellas a las que no conozco, pero de forma muy especial, a esas que forman parte de mi vida: a mi madre y a mis tías que se reúnen para reírse de cuando no estaba bien que entraran solas a un bar, a mis hermanas y mis cuñadas que están empeñadas en educar a sus niños y niñas en la igualdad, y en especial a mi hija y a todas mis sobrinas, a las que quiero, por encima de todo, libres.
Muchísimas felicidades. Estoy muy orgullosa de vosotras.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Aquí y Ahora

Hoy he asistido a una conferencia titulada "Aquí y Ahora".
Me apetecía tanto por el tema y por la ponente, que me he tomado un día de vacaciones y me he sentado expectante en el Centro de Congresos de mi ciudad, con mi amiga Mónica, a escuchar lo que una persona con un curriculum maravilloso a sus espaldas en temas de Igualdad, venía a contarnos dentro de los actos conmemorativos del Día de la Mujer.
Ana Alonso Lorente, Presidenta de la Federación Andaluza de Mujeres Empresarias, Presidenta del Consejo Social de la Universidad de Cádiz, entre otros muchos cargos, nos propuso viajar con ella a través de la Historia, para descubrir el papel que la mujer ha jugado en la sociedad durante los distintos períodos en los que hemos dividido el tiempo. 
Ha sido un rato ameno, interesante. Todos los presentes hemos sobrevolado, de su mano, por las cuevas del Paleolítico, la Grecia de Aristóteles, el siglo XIX o lo que hoy nos ha tocado vivir, buscando la huella que las mujeres han ido dejando a través de los siglos. Ha dibujado un paréntesis en la vida cotidiana de cada cual, para ayudarnos a entender de qué manera, unos roles establecidos siguen causando un daño profundo a ambos sexos, ocultando bajo un velo opaco a las mujeres y atrapando a los hombres en una red de demostraciones de masculinidad y obligaciones de protección que ellos mismos han urdido. 
Pero además, para mí la conferencia ha sido hoy muy especial. En un primer momento, que la ponente ha dedicado al agradecimiento, a la felicitación por el trabajo en Igualdad de la corporación,  y a la alegría que ha sentido al reencontrarse con personas a las que ya conocía. ante mi sorpresa más absoluta, en esa enumeración  la he oído decir: y con la escritora de La Isla M. Carmen Orcero, cuyo libro "El suave olor de las magnolias" recomiendo porque lo he leído y me ha encantado.
Creo sinceramente que en ese momento, el auditorio entero ha girado dentro de mi cabeza. Delante de su experiencia, de su trayectoria profesional y de su elegancia me he quedado pequeñita sentada en aquel sillón. Y por eso estoy aquí, porque me encantaría hacerle llegar mi agradecimiento.
Querida Ana: creo sinceramente que son estas cosas pequeñas las que hacen grandes a las personas. Hay que conocer tu curriculum profesional y la valía que tienes en el mundo en el que te mueves, para entender el orgullo que me ha producido no sólo el hecho de que hayas pronunciado esas palabras en voz alta, sino también ese "de verdad,lo he disfrutado mucho",  que me has regalado después en privado. Gracias, de corazón. Sabes que sin ninguna duda formarás parte de ese tiempo para recordar del que últimamente hablo mucho.
Un beso enorme.

sábado, 28 de febrero de 2015

Feliz día

Mañana brillante, soleada, de paseo. Andalucía se ha despertado con ganas de vivir, con ganas de seguir soñando que el futuro es posible, que la palabra esperanza lleva el color tatuado en la bandera y que el blanco de la cal de los pueblos y de la sal de dos mares nos van a dar luz suficiente para continuar el camino. 
Feliz día de Andalucía, paisanos.

sábado, 14 de febrero de 2015

Gente buena

Tengo la suerte, la enorme suerte, de conocer gente buena.
Se les reconoce enseguida porque desprenden ternura. Se les ve venir, aunque la mayoría de las veces no andan por el mundo pretendiendo destacar, ni contando a los cuatro vientos en qué consiste ese acto bondadoso que llevan a cabo. Se las conoce, si tienes la sensibilidad de mirar en el fondo de la oscuridad de sus ojos, por esa forma discreta y distinta que tienen algunas de observar la vida.
Continuamente pienso que debería parar en seco el autobús con el que viajo, que debería bajar las revoluciones y aprovechar la enorme oportunidad de aprender un poquito de aquellas a las que disfruto, de las que están entre mis amigos, entre mi familia. Unas veces aparecen encarnadas en un ángel que aparca su vida para cuidar a los demás mientras la vida le gana batallas; otras, en un amigo que pierde de forma injusta el trabajo sin que la rabia lo cambie, sin dejarse olvidada la cancioncilla tarareada o la sonrisa sincera; en más de una ocasión, todas esas personas están revestidas de una bondad que se esconde en el llanto sincero, en el que sabes que no es artificio ni disfraz, sino que sale del alma.
Hace tiempo que dejé de creer. Ya lo sabéis. Sólo sé que es injusto que la vida siga golpeando sin piedad a estas personas, cuando hay tanto sinvergüenza sobre los que el universo debería hacer recaer su ira. Sería lo lógico ¿verdad?, lo justo. No sé qué me ocurre hoy, tal vez sea que el día está gris, que la cabeza anda desde hace unos días descolocada, o simplemente, que hace tiempo que dejé de creer.

sábado, 24 de enero de 2015

Desamor

Hay días que siento la imperiosa necesidad de escribir. No puedo explicar el motivo. Es algo que no entiendo, como el desasosiego, la antimateria  o las derivadas matemáticas. Entonces me siento y ensayo cualquier ejercicio. A veces busco una palabra, un sonido o un vacío para dejarme llevar. Hoy la palabra ha sido desamor y sin quererlo, ha surgido este trocito de sentimiento. Os lo dejo.
Ah...antes de que haya llamadas de susto o mensajes de tristeza, que quede claro...no es autobiográfico...(risas)...¿mi marido?, bien gracias....jajajaja

Desamor

"Tengo que desconectar de ti", le dije emulando la frase de una de esas películas que a mí me gustaban y él detestaba."Tengo que tomarme un tiempo", volví a hablar de nuevo, mientras sentía claramente al desamor rechinando los dientes.
Ahora, cuando amenazan los recuerdos y duelen como clavos las certezas, sé que fue él quien paró el tiempo en aquel terrorífico segundo, y que soy yo la que anda masticando por racimos las tristezas.

jueves, 15 de enero de 2015

Frágiles



No me acostumbro a la idea de la fragilidad. Nunca me acuerdo, nunca nos acordamos.
Giramos sin parar, sentados  sobre las manecillas de un reloj, sin ser conscientes de lo fácilmente que se parten los hilos que nos tienen hilvanada la vida. Andamos peleando guerras absurdas en las que el final de una batalla se encabalga con el inicio de la que está por llegar, dejando esparcido un olor acre a pólvora que enturbia el ambiente. Nos creemos los reyes de un mundo que es tan pequeño, como la parte del cerebro que lo ha creado a medias con el corazón. Caminamos poniendo la espalda recta, con aire ensayado de líder de algo que aún no hemos inventado, con la seguridad del que piensa que tiene el mundo bajo control.
Pero de repente, el destino, la casualidad, lo que tenía que pasar acaba pasando y un día el lobo se revuelve enseñándonos de manera provocativa los dientes. Una enfermedad, un accidente, un atentado, una mala suerte indefinida pero dolorosa nos planta cara sin pudor, sin aviso ni misericordia. Somos nosotros mismos o la gente a la que quieres, la que anda por la cuerda floja del peligro, mientras el reloj  para en seco el segundero del tic tac, el cielo se viste de un color gris ceniciento y el sol, como un enemigo traidor, nos abandona para esconderse.
Ahí ya nada vale nada. No hay diferencias de ricos y pobres. No hay palabras lisonjeras, amores apasionados ni calor de madre que apague esta sensación de vacío que se apodera de ti. Es una experiencia agria, pero que nos invita a pensar. Os advierto que hay que tener cuidado porque sólo tenemos unos minutos para la reflexión, sólo nos damos a nosotros mismos un momento, antes de que la vida nos devuelva al rutinario pasar de las horas de contienda, antes de que volvamos a olvidarnos de presagiar que estamos aquí de paso, que igual esta vez sólo nos ha rozado, pero que en la vitrina de cristal en la que soñamos vivir, únicamente somos unos seres frágiles.

domingo, 11 de enero de 2015

Rutina




Bienvenidos seáis a la rutina.
Se acabaron los buenos deseos, se terminó el dulzón sabor del chocolate de las meriendas familiares y el azúcar del postre de las comidas de la amistad. Es lo que hay.
Enero ha venido para quedarse, al menos de momento. Hemos visto bajar por la cuesta la espalda del rey Baltasar y hemos devuelto al altillo, perfectamente ordenados, los adornos de estrellas brillantes y las luces de la ilusión.
Para unos, la vuelta al cole, para otros, el regreso al vacío; para casi todos, la terrorífica sensación de que nada ha cambiado después de las campanadas, la total y absoluta convicción de que hay que empezar a afilar los cuchillos porque la vida no concede tregua.
Yo, exactamente igual que hace un mes, sigo celebrando la sensación de estar, el enorme privilegio de sentir que mi gente, mis amigos y esta que os "habla", nos despertamos, esta mañana, una vez más. 
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