martes, 21 de octubre de 2014

No es lo que fue

"Mira lo listo que es con la cara de tonto que tiene", dice mi madre mirando la imagen en televisión del pequeño Nicolás.
Mi madre, que nunca se ha subido en un coche de lujo y que jamás disfrutará esos hoteles de cinco estrellas ni esos platos de comida moderna con los que se agasajaba a sí mismo el niño del PP, se ríe y pasa a la conversación siguiente. Ahora es la Pantoja y la intriga del  posible ingreso en prisión la que centra su diálogo y su entretenimiento. Mi madre, que nunca permitió que ninguno de sus hijos trajera a casa una goma de borrar que no era la suya, se ríe con las bromas que hacemos sobre el niño diabólico y sigue a lo suyo, a poner meriendas y atender nietos sin que la hiel se le suba a la garganta. Y a mí no deja de sorprenderme que a mi madre no le sorprenda (perdón por la redundancia). No deja de parecerme extraño que a ella le de igual.
Creo que España ha cambiado tanto que también su gente lo ha hecho. El país ha dado un salto tan grande al abismo, que ya no emociona ver a alguien haciendo equilibrios en la red, que ya no produce orgullo pertenecer a ningún colectivo por miedo a que algún día nos hagan comer nuestra propia naranja amarga. Ni siquiera causa ningún reparo conocer el despilfarro de los dineros que deberían de haber sido nuestros ni nos hace asaltar las poltronas que no se escuche a la gente. Entonces, en esos momentos, no me reconozco en aquella época en la que fui joven y participaba en  las manifestaciones de la Facultad. Asumo, con una tristeza sorda, que a mi padre no le valió de nada defender sus derechos de obrero ni esgrimir sus reivindicaciones de Sindicato.  Ya no existen aquellos Sindicatos. Si me apuras, ya no existen ni los obreros.
En la televisión vuelven a poner la imagen del último caradura conocido. Yo también me río con las bromas de mis hermanos y lo absurdo de la realidad. Todos sabemos que éste no es el primero y apostamos a que tampoco será el último. Todos entendemos que nadie devolverá un euro de los dineros movidos, que quedará estancada alguna causa judicial, que retornarán las urnas y tendremos que votar...¿A quien? ¿A cuál? 
La vida...que ya no es lo que fue...

viernes, 10 de octubre de 2014

No van a faltar

Con todo lo que está pasando estos días, con una crisis sanitaria que nos tiene la piel de gallina y una desvergüenza absoluta que hace a los poderosos culpar de todos los males a quien no se lo merece, vuelvo a enfrentarme a mi eterna pregunta.
Yo me considero una persona que anda más o menos en la media de lo que consideramos una "inteligencia normal". No soy ningún "cerebrito". Además, utilizo las palabras "media" y "normal" encuadrando esas expresiones en el nivel que se le exige a alguien de la calle, a alguien que no vive de gestionar crisis ni dirigir instituciones. Incluso, tengo que añadir que soy tan de letras que siempre me costó asimilar conceptos de la Física o las Matemáticas que eran para mí una verdadera tortura cuando estudiaba.
Pero si hay algo que me gusta es aprender. Si hay un axioma fundamental en mi vida es escuchar, con todo el respeto del mundo, al que sabe más que yo. Esta teoría, que en mi caso se ha convertido en ideología, se basa en entender que cada cual es profesional de lo suyo, sea cual sea su trabajo o su dedicación. Si se estropea la lavadora y viene a arreglarla un técnico, me interesa atender su explicación sobre el funcionamiento del aparato para saber cómo actuar si vuelve a las andadas; si tengo un amigo filólogo, aplico sus consejos sobre el giro que tengo que darle a un párrafo de lo último que he escrito; si un profesor de la Universidad dice que no se están cubriendo las necesidades en cuestión de investigación, no solamente le oigo sino que le muestro mi apoyo.
Entonces, yo me pregunto: ¿Cómo es posible que un/a  político/a que tiene en sus manos el destino de todo un país, no escuche a nadie? ¿Es que hay profesionales pagados para decirle lo que debe oír? Me tienen muy confundida.
Estoy leyendo estos días el testimonio de especialistas en virus y microbiología, que aseguran haberle hecho llegar a la Ministra su desacuerdo con la actuación que se estaba llevando a cabo con el tema ébola. ¿Pensaron, con las estadística en la mano, que eso les supondría un rédito político? ¿Cómo se puede tomar una decisión política pasando por encima de la sanitaria? 
Vaya desde aquí mi respeto más profundo por los dos misioneros a los que se repatrió y mis condolencias a las familias. Jamás caería en la canallada de culparlos a ellos ni a la pobre mujer que se debate en una habitación de aislamiento. Creo que los tres son dignos de un reconocimiento porque han apostado con su vida por mejorar la de otros. Pero es que  leo que había otras soluciones, otros métodos de trabajo, otros profesionales que están ya en la zona del conflicto y que hubieran atendido de la misma forma a los misioneros, aunque España no saliera tan favorecida en la foto. Parece que lo importante era parecer élite en ese quiero y no puedo con el que vivimos en España. Recortamos en Sanidad, obligamos a investigadores magníficos  a irse de España por falta de recursos, pero teníamos que demostrar que somos como los americanos de las películas, con trajes de aspecto espacial y burbujas que ahora parecen de atrezo.
Desde luego, viendo manejar el tema a la Ministra, u oyendo hablar al Consejero de Sanidad, Federico Losantos y algún otro mamarracho de esos medios de comunicación casposos que sufrimos en España, todo esto no hace más que reafirmarme en algo que llevo un tiempo diciendo a mis hijos: tenéis que estudiar Psiquiatría. Enfermos mentales, por desgracia, en este país no van a faltarnos nunca. 

viernes, 3 de octubre de 2014

La tarde de ayer

La tarde de ayer fue importante para mí.
Tuvo todos y cada uno de los ingredientes necesarios para que la receta saliera...no voy a decir perfecta, porque me faltaron en el acto muchas personas que sé que querían estar de corazón, y que por circunstancias o "lejanías" no pudieron; pero creo que puedo decir maravillosa, emotiva...en definitiva, preciosa. 
No hubo prensa, boato, trajes de chaquetas azul boda, ni sonrisas ensayadas. Pero tampoco hicieron falta. Me sentí totalmente arropada y completamente acompañada por aquellos que quisieron o que pudieron estar. Eran muchos, y todos entonaron un hermoso canto al cariño, a la familia, a la amistad.
Hoy me siento en ese estado extraño de resaca que se apodera de ti después de los eventos, con la felicidad absoluta de que todo saliera bien, pero con la tristeza de lo intenso del momento, de la cantidad de emociones vividas en un tiempo tan corto, que temo que quizás me dejé a alguien sin querer en el camino, o no agradecí lo suficiente, como hubiera deseado, el placer del rato compartido.
Hubo una anécdota que debo contaros porque os toca muy de cerca a todos los que os pasáis de vez en cuando por aquí. Manolo Romero Oliva, profesor de la Universidad de Cádiz y amigo desde que su hermana y yo nos sentábamos a estudiar en la mesa camilla de su casa, empezó la presentación obsequiándome en público con una bandejita de pasteles. "Ahí los tienes", me dijo en el salón noble del Centro de Congresos de mi ciudad. "Ahora pon tú el café, como prometes en el blog", añadió sonriendo, haciendo referencia a esa frase que os dejé por aquí donde dice "Soy la que pongo el café. Los pastelitos, traedlos vosotros". Sonaron muchas risas que no dejaron que se oyera mi voz. Por lo bajo me prometí, Lolo, que a la siguiente te llevo un termo....ja,ja.
A partir de ahí, qué os voy a contar de las emociones. Se arremolinan todas y cada una de ellas delante de mis ojos y  en lo más profundo del corazón. Se suben a la garganta, eh? Se asoman al borde de la sonrisa en un equilibrio difícil de mantener. Qué curioso, ayer me presenté ante vosotros como una escritora y hoy estoy aquí, sintiéndome incapaz de conjugar verbos y dibujar palabras.
Gracias, de nuevo, por todo.
Bueno, no lo he dicho... es que ayer presenté por primera vez "El suave olor de las magnolias".
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