viernes, 28 de marzo de 2014

La fusión del universo

Dicen por ahí que os tengo abandonados, queridos contertulios del café. 
Yo os aseguro que no es verdad. Y además, puedo deciros que en esta afirmación va incluida una vaga sensación de sufrimiento que podéis tener por seguro me acompaña de vez en cuando, en esas veces en las que en medio de mis obligaciones, pienso en este cafelito del que siempre conservo el aroma.
Pero, ya os dije una vez que al saloncito que me he inventado en este espacio, no me gusta venir cuando realmente no lo hago con ganas; así que prefiero dejar pasar los días en los que me siento atada, para acudir en un momento dulce, cuando realmente me encuentre a gusto con la taza calentita entre las manos.
Como novedad, para los que no compartís facebook, me gustaría contaros que ya tengo preparada, corregida y comentada la nueva novela. Ahora empiezo el calvario de intentar que alguien se interese por publicarla. No es fácil, os lo digo de antemano. No es el momento, ni el mercado para que apuesten por alguien como yo, que no soy famosilla, ni periodista de un gran medio de comunicación, ni siquiera conocida de nombre en los círculos de escritores locales.
En este tema, como en otras cosas, me planteo lo curiosa que es la vida y lo tontos que somos los seres humanos. Vivimos creyéndonos especiales ¿verdad? Vemos la televisión y pensamos que la serie de moda la han hecho solamente para nosotros, para que se proyecte en nuestro salón. Escuchamos música y tenemos la impresión de que la canción se compuso a nuestra medida, de que el autor es un descubrimiento personal e intransferible del que podemos contar anécdotas que nadie sabe. Leemos un libro y sólo nos falta imaginar al escritor, tecleando el ordenador con una foto nuestra junto a la pantalla, mientras desgrana una historia con el sagrado propósito de hacernos soñar.
Todo está bien, todo es posible. La concha con la que nos protege la salita de estar de casa, nos permite vivir con las ilusiones propias e incluso con algunas adoptadas. Pero hay algo que no solemos tener en cuenta y que siempre produce estupor (que es una palabra mucho más dolorosa que la placentera "sorpresa"): después del sueño reparador y el descanso nocturno hay que salir a la calle, hay que doblar el yo y adaptarse al nosotros. Con él nos encontramos, desde el buenos días del ascensor hasta el buenas noches del vecino de escalera. Y ahí viene el problema, cuando te das cuenta asistiendo al debate sobre la trama de la película que viste, u oyendo el tarareo de tu canción en una boca ajena, que no hay nada que sea tuyo, no hay nada original en la forma en la que respiras. Creo que esa fusión con el universo es lo único efectivo para bajarle los humos a los que se creen por encima del bien y del mal, a los que se imaginan en posesión de todos los dones o herederos de algún dios menor o un demiurgo. 
En mi caso, e hilando el tema con lo que os contaba sobre mi próximo proyecto literario, tengo muy claro que sacar la cabeza al mundo me enseñó, hace ya mucho tiempo, que no soy "más que una más" y que siendo sólo eso, es difícil escalar la cima de las montañas lejanas.
Por si acaso no me he explicado (me veo hoy muy filosófica) os lo digo en plata: que consigo editorial, publico la nueva novela...que no...os la cuelgo en alguna plataforma o la dejo por aquí en capítulos. ¿Qué os gustaría más? Estoy a vuestra disposición, porque sólo escribo para que me lean...perdón, para que me leáis.

lunes, 10 de marzo de 2014

Un peldaño más

La vida es una escalera. No es más que eso. Es una escalera en la que nos depositan al nacer, sin instrucciones ni vuelta atrás. Y recorrerla  no es otra cosa que ir subiendo peldaños sin saber nunca si llegaremos al siguiente, sin tener ni la más remota idea de en qué momento acabará el ascenso. Pero, eso sí, con la ilusión intacta de continuar siempre hacia arriba.
Es verdad que todas las escaleras no son iguales. Las hay cómodas, de gradas anchas y mármol de Carrara. En esas no hace falta mucho esfuerzo porque los pies se sienten seguros pisando firmes. Ahí los niveles se escalan con comodidad y aunque el cuerpo te vaya venciendo, el pasamanos es suficientemente fuerte para asirse a él en el movimiento que nos eleva. Hay otras en cambio que apenas cumplen con los requisitos de seguridad exigidos. Parecen estar suspendidas sobre un alambre. En ellas, a la dificultad de auparse se le añade el maquiavélico esfuerzo de guardar el equilibrio. Nadie sabe por qué tuvo la fortuna o la desesperanza de recibir una u otra. Pero a pesar de ello, no hay derecho a la reclamación ni a la renuncia. Todos tenemos que seguir subiendo, lo hagamos como lo hagamos, y estén como estén las condiciones físicas de nuestra escala. 
En mi caso, mañana avanzaré un nuevo escalón. Son unos cuantos ya y tengo la sensación de haber llegado hasta esta esta altura sin darme cuenta; aunque empiezo a comprender que en cada uno de los que subo, la respiración se hace más agitada y el pulso que transcribe la vida perpetúa la tendencia de martillear en la sien. Es inevitable, es la marca del cansancio acumulado. 
Pero ¿sabéis una cosa? también tengo la impresión de que la altura me va proporcionando perspectiva. Empiezo a ver tantas cosas desde arriba, que para algunas cuestiones estoy convencida de que merece la pena el ascenso. Me está empezando a gustar esto de sacar la cabeza de la contaminación que enturbia las zonas más bajas. La diferencia es tan meridiana, que parece que por esta zona, el cielo tiende a despejarse y las ideas se aclaran.
Bueno, sí, no voy a darle más vueltas de tuerca a lo que los de facebook ya sabéis: que mañana es mi cumpleaños, que doy un salto en la escala. ¿Qué queréis? Los eventos me ponen filosófica.
Ahora, eso sí, para gracia mi señor esposo, el tío. Me trae la tarta para que lo celebremos, me hace un regalo y me canta el feliz, feliz. Pero fijaros en la vela...Es que tiene unas ocurrencias...ja,ja...Cómo si no supierais todos que ya son...

jueves, 6 de marzo de 2014

Mi homenaje a Machado

Reconozco que llegué a Machado a través de Serrat. En mi defensa tengo que decir que por aquel entonces acababa de asomarme a los dieciséis, y la poesía sólo había llamado a mi puerta de forma académica y fastidiosa, disfrazada de deberes de colegio que sonaban a obligación.
En cambio, con aquella antología del cantautor que mi amiga Ana y yo nos compramos a medias, Machado se coló por mi vida con música de canción y se sentó en mi habitación de adolescente, donde todavía quedaba el vestigio de la niñez en el tono rosado de la pared y donde las ideas comenzaban a tomar forma, mirándonos desde los ojos oscuros de un poster del Ché.  Allí, sentadas en el suelo, después de salir de clase, las dos niñas que ya no queríamos ser, mezclamos una frase manida que nos alentaba a morir de pie con la cadencia de los versos de un poeta al que Serrat nos contaba que cubre el  polvo de un país vecino, un hombre del que apenas sabíamos nada, pero que nos atrapó con su forma sencilla y sonora  de hablar de la muerte y de la vida.
Tengo la sensación de que antes siquiera de conocer la importancia de Machado en la literatura, en mi rebeldía recién estrenada se fueron instalando muy despacio las rimas de una verdad que aun hoy sigue viva; y que de alguna manera, oyéndolo tomé partido, en una estrofa incrustada de desesperanza, por una de las dos Españas que el frío de una guerra nos dejó en el corazón.
Ahora, cuando miro la huellas marcadas en la senda que nunca he de volver a pisar, el sentimiento me dice que  recordar a Machado es honrar la memoria, la nuestra, la de todos; es celebrar la cultura y caer rendidos ante el ritmo armonioso de sus sinalefas. Cúanto me gustaría hacerle llegar al poeta mi convicción absoluta de que a pesar de que lo nuestro es pasar, todo pasa, es verdad, pero también todo queda.
Como en aquella habitación de hace ya tantos años, la tertulia literaria de ayer consiguió que Antonio volviera a sentarse a mi lado, me hipnotizara nuevamente con el mágico hechizo de su literatura y me invitara a aspirar el aroma de un limonero, aquel donde maduraron sus recuerdos de un patio de Sevilla.


“Algunos lienzos del recuerdo tienen
Luz de jardín y soledad de campo;
La placidez del sueño
En el paisaje familiar soñado”. 
                                                 A. Machado
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