domingo, 29 de diciembre de 2013

FELIZ AÑO NUEVO

A veces tengo la sensación de que los seres humanos nos empeñamos en complicarnos a nosotros mismos la vida.
Como si no tuviéramos bastante con cargar cada día con el peso de las decisiones más o menos acertadas, con el de nuestras acciones que nunca están exentas de daños colaterales y con el etéreo desasosiego del "que hubiera pasado si...", nos hemos inventado el calendario con un día especial dedicado a mirar atrás y hacer balance.
Nos damos a nosotros mismos la alegría mágica de la Navidad: luces, campanitas celestiales, buenos deseos...Y luego, nos dejamos en medio estos días, así como el que no quiere la cosa, con la insana intención de despedirnos de lo que hemos sido durante el resto de la vida y darle la bienvenida a lo que queremos ser a partir de que cambie el número.
A veces el balance es positivo. Hay años que miras hacia atrás y ves que te saludan con sonrisas los deseos cumplidos y la vida bien vivida. Entonces sientes penas de la despedida. Sabes que tendrás que hacer sitio en el baúl de los recuerdos, para todas las sensaciones que fuiste dejando desordenadas por la habitación de la memoria. Se acaba el año y es hora de guardar cada cosa en su cajón, cada emoción en su armario.
Otras veces prefieres no volver la mirada. Es mejor salir de diciembre apuntando solamente hacia delante. Es el número, por su cuenta, el que se ha encargado de quedarse marcado para siempre en el viejo sofá del dolor y la tristeza. Ahí hay poco que decir, sólo esperar que el tiempo que llega sea capaz, como dicen, de ayudar con su lánguido paso a taponar las heridas abiertas.
Un año da para mucho y no creo en las verdades absolutas. Seguramente, todos andemos ya engrasando la balanza donde se pesa lo bueno y lo malo, donde llevaremos a cabo esa aritmética inevitable a la que la mente te conduce el treinta y uno. 
Por eso, y por todo lo que os debo, os deseo de corazón que salga positiva la contabilidad de la vida. Ojalá las varitas mágicas de las hadas funcionen después de la última ITV y empiecen a cumplirse, uno a uno, todos vuestros deseos.
Muchísima suerte en la vida que comienza.
FELIZ AÑO NUEVO

viernes, 20 de diciembre de 2013

Villancico 2013

Cuando este año mi cuñado Josema me propuso volver a hacer la letra para el villancico de Navidad de nuestros niños, lo primero que me vino a la cabeza fue una extraña sensación de abatimiento. Corren malos tiempos para celebraciones cuando sabes que hay  tantas familias enfrentándose a la dura realidad de no tener una varita mágica para recrear con ella las ilusiones. Me senté delante del folio decidida a escribir sobre la nieve que no deja ver el sol y el barro que a veces dificulta el paso de los camellos que vienen de oriente. 
Pero luego pensé que la mente, al igual que el corazón, también necesita de la magia de creer, del sueño de pensar aunque sea por unos días que en algún momento el mundo cambiará. No podemos hundirnos en el pesimismo, ese es el significado de la canción. Hay que salir a buscar esa Navidad que puede encontrarse en el fondo limpio de los ojos de un niño o en el espectacular brillo de una sonrisa. "Porque es Navidad y es el tiempo de soñar".
En nombre de los peques de mi familia, FELIZ NAVIDAD a todos.


martes, 10 de diciembre de 2013

La biblioteca

A lo largo de mi vida (esto empieza como las grandes historias) he conocido a una gran variedad de personas. 
Como hacemos todos, y en mi caso por deformación profesional supongo que un poco más, tengo clasificadas a cada una de ellas, en ese esquema mental que es necesario para reconocerlas y reconocernos a la vez a nosotros mismos.
Creo que a veces el cerebro o probablemente el corazón funciona como una biblioteca particular, como un fondo histórico donde he ido colocando por baldas perfectamente clasificados: nombres, motes, anécdotas, a veces solamente imágenes de todos aquellos que han formado y formarán para siempre parte de mi vida.
En la zona que da más al interior, cerquita de mi mesa de despacho y donde el acceso es privado,  guardo a los miembros de mi familia. Tienen trato de incunable porque la sangre forma parte del patrimonio nacional de mi cariño. Con ellos me recreo en cada una de sus páginas, porque todas guardan tesoros de mí misma. A veces noto que algunos tienen polvo, acumulado por el tiempo en que no paseo por sus letras a causa de la vida atareada. Entonces, cojo el teléfono o me los encuentro en un evento, y disfruto restaurando el papel amarillo que me recuerda tanto tiempo compartido.
En la sala grande, una redonda donde no hay esquinas, es donde tengo a los amigos. No me gusta ordenarlos, quedan bien como están, rebosando estanterías unas veces, situados estratégicamente en el mostrador... da igual, porque son de uso cotidiano, de meter en el bolsillo y llevar al café de las sobremesas o al trabajo que ya no tengo.
Después, accediendo por una puerta pequeña, hay una salita que está más cerca del pasillo. Allí he colocado en orden a los conocidos, a los que trato con respeto. Andan en esa antesala, entre el saludo cordial y la posibilidad de pasar algún día para dentro. Con la mayoría, seguramente nunca leeré mucho más allá del prólogo, aunque a veces, han sido muchas las historias que me han dejado sorprendida ojeando con ellos el primer capítulo.
Y al final o al principio del camino, todo depende de si voy o vengo, justo al lado de la entrada he dejado los libelos, los plagios, la literatura negruzca que no merece la pena. A veces paso y miro con un  reojo poco disimulado, esperanzada con que algún ingenuo me haya robado alguno, y haya apartado de mí ese condenado maleficio.
Para alguien que ha vivido entre libros, a veces la vida se convierte en una biblioteca. Bueno, no sé, ¿como es aquello de..."en casa del herrero..."?

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