domingo, 29 de abril de 2012

ENTRETENIMIENTO

Ya que estamos de domingo lluvioso y al menos aquí en Cádiz tenemos a los niños en casa hasta el miércoles, os voy a proponer un nuevo entretenimiento.

Imaginaos que hemos construido (entre café y café) una máquina del tiempo. ¿ A qué lugar-tiempo-espacio del pasado o del futuro os gustaría viajar? 
Venga...la imaginación al poder...... Cuando haya comentarios os digo a donde iría yo.


                                           


viernes, 27 de abril de 2012

RECORDAR


El fin de semana pasado, algunos de los compañeros con los que estudié se reunieron a comer muchos años después de aquel hasta luego.
Por desgracia la mayoría estamos desconectados. Seguramente el tiempo, la vida, la lucha por encontrar un sitio en este mundo de lobos hizo que nos perdiéramos la pista, casi sin querer que ocurriera pero a la vez sin poner remedio para que fuera de otra manera. Probablemente eso contribuyó a que no me enterara a tiempo y que me perdiera la oportunidad de volver a tener veinte años en la mirada de una gente con la que compartí apuntes, edificio, agobios, septiembres y sin duda una de las etapas más dulce de mi vida.
Con un día de retraso me llegó el correo con la lista de los que habían sido localizados y algunas fotos que alguien, en medio de la cadena, había añadido al email. Fueron tantas sensaciones de repente que por un momento me quedé colgada a la luz de aquel patio de la foto, y me golpearon en el alma los olores, las voces y sobre todo la esperanza que flotaba en el ambiente cada día, cuando todavía creíamos que estábamos destinados a comernos el mundo y teníamos una vida por estrenar esperando tras el corte de etiqueta de la ropa nueva.
 Yo tenía diecisiete años cuando empecé la carrera. Por aquel entonces la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz recogía la modernidad. Estudiar Historia era pertenecer al grupo de la gente comprometida, alternativa…éramos unos locos de atar que organizábamos fiestas multitudinarias para celebrar la llegada de la primavera y que encabezábamos las manifestaciones (muy de moda), aunque en ellas se pidiera acabar con una Selectividad que hacía meses o en algunos casos años que ya teníamos aprobada.
Mi Universidad de aquel entonces era como en los chistes cansinos del español, el inglés y el francés que tanto gustan a los niños. Estábamos los modernos, los pijos y los formalitos, cada uno de ellos respondiendo al tópico de que el que estudiaba Historia o Filología no podía tener nada que ver con el que hacía Derecho o Química. Ahora, eso sí, todos coincidíamos al final, cuando acababan añadiéndose a nuestras fiestas donde el espectáculo y el surrealismo estaban asegurados.
Todavía me emociona recordar. Fue el momento de madurar como ser humano pero también como individuo político, como persona y como elemento “librepensante” al que el mundo, de repente, se le mostró de una manera diferente al que dibujaban los cuentos de la infancia y la misa de las monjas del colegio.
Nunca podré olvidar las risas prohibidas de la biblioteca, el trabajo bien hecho o las horas perdidas detrás del café. Jamás pasaré de largo por el regusto dulzón que me dejaron aquellas clases de Arte, la pata de jamón que “tú” sabes quien dejó en el departamento con el cartel de “estoy en última convocatoria” o por supuesto, como no, aquella oración al dios Aton que nos inventamos en una tarde de estudio conjunto, cuando la Historia Antigua se atragantaba.
Por eso me hubiera gustado asistir a esa reunión rescatada del tiempo, por volver a reconocerme en los ojos de todos aquellos que me marcaron la vida, por decirles desde el atrevimiento que ahora me dan los años cumplidos que fue una maravilla tenerlos como amigos, que con ellos descubrí el delicioso sabor de la cultura y la orgullosa convicción de saberme una elegida.
No sé si profesionalmente las crisis, las circunstancias económicas o lo que tenga que venir me permitirán la satisfacción de seguir ganándome  la vida con aquello para lo que me preparé y que además me apasiona, pero hay algo en estas fotos que me hizo recordar que todo lo que vivimos se queda con nosotros para siempre y que en esta carrera de obstáculos en que se convierte a diario la felicidad, hay un rincón, un resquicio que no sé muy bien donde he guardado, que me habla de una vez que fui feliz, de una Facultad con un patio de naranjos, de una carpeta firmada, de un café y unos amigos.


lunes, 23 de abril de 2012

CONTRACTURAS

Espero que me hayáis echado de menos estos días. La verdad es que he estado, bueno mejor dicho estoy, con una contractura muscular en el cuello que no me ha permitido sentarme con comodidad delante del teclado, así que apenas he tenido que conformarme con algún comentario en facebook y con una miradita tímida a los blogs amigos, sumida en la duermevela del relajante muscular y el calor sofocante aunque terapéutico de una especie de mantita eléctrica que he llevado, a modo de armiño, sobre los hombros.
Pero hoy he decidido sucumbir a la tentación de escribir un ratito aún temiendo acabar la sesión como aquel personaje televisivo llamado "pozí" que tenía, pobre hombre, la forma de una alcayata. Así que aquí estoy, eso sí más "estirá" que la cara de Carmen Lomana, e intentando por todos los medios no cometer el acto insensato y loco de hacer el más mínimo movimiento.
Como comprenderéis en estas circunstancias no me quedan muchas ganas de criticar a nadie ni hablar de la crisis, no vaya a ser que todo esto sea producto de alguna maldición concedida a tenor de todo lo que he "largao" por las teclas, en contra de la vasca de impresentables que nos han llevado a donde estamos y la pandilla plumilla que siguen empeñados en seguir empujando con fuerza para desplazarnos a donde ahora nos quieren llevar. 
Puede ser, digo yo, que alguno de los demiurgos a los que esos indeseables imploran la abundancia y el lujo que les han sido conferidos, esté dispuesto a escuchar las súplicas de aquellos que lo tienen todo, cuando así como para cerrar el círculo, les piden un castigo ejemplar para todas las voces que se alzan disidentes.
Desde luego tengo que decir que el pequeño diablillo ha sabido bien tocarme, bueno más bien magullarme, con la vara mágica de la mala baba, porque ha sido capaz de dejarme, de un plumazo y sin esperar respuesta, sentada en el sofá de mi casa con menos movimiento que los ojos de Espinete.
Y por todo esto que os cuento, creo que por hoy la entradita insulsa se va a tener que acabar aquí. Salgo al encuentro de mi doctora de cabecera porque el antiinflamatorio de siempre esta vez ya no sirve. Me voy, si os parece ya mismo, no vaya a ser que Rajoy que es un lince en esto del espionaje al personal, se entere de mi desgracia y ponga en marcha la reforma sanitaria en media hora, que al paso que va el panorama, me da a mí que en breve será cruel realidad aquel chiste tan viejo del médico que a la afirmación apenada del paciente que decía: doctor me duele aquí, respondía con voz atiplada y ritmo de chotis: pues ya sabes, ponte allí.

martes, 17 de abril de 2012

LA MUJER DEL CÉSAR


Ya dijeron hace tiempo los romanos que la mujer del César, no sólo tiene que serlo sino que además, tiene que parecerlo.
En este caso, comparto completamente la opinión heredada a través de los siglos. Pienso que cuando alguien ostenta un cargo público, sea el que sea, no sólo se debe a la gente que le permite estar ahí siendo honrado y coherente; es que debe cuidar que lo que podemos apreciar de él, se corresponda con lo que vende a los que le pagan el sueldo. Al fin y al cabo, por mucho que intentemos que no nos condicione, la imagen que proyectamos a los demás es la primera evidencia, muchas veces la única que tiene el de enfrente, de lo que somos o de lo que hacemos.
España está siendo estos días juzgada en un tamiz muy fino en Europa; los altos jerifaltes de la economía mundial miran bajo la lupa de la prima de riesgo y otros conceptos indescifrables para mí, cómo respira el país; y aquí, debajo de todo el montón de recortes y reformas esclavizantes, los pobres andamos a la gresca con nuestras conciencias, autoconvenciéndonos de que los pasos atrás son necesarios para que el entarimado siga en pie y podamos dejarle futuro a los hijos.
Y viene su majestad, precisamente en estos momentos, y protagoniza un suceso tan surrealista y tan inadecuado para la situación actual, como es irse a cazar elefantes a África.
Que al monarca le importa un bledo por lo que esté pasando España, eso ha quedado claro. Aquel discurso que le escribieron donde el hombre nos contaba que no puede dormir a causa del desempleo juvenil se le ha debido olvidar, tal vez por la edad que tiene o a lo mejor por ese puntito que a lo largo de la historia han demostrado heredar los Borbones. Pero lo que a mí más me preocupa y me gustaría saber es como es posible que ese viaje secreto que a todos nos cuesta una “milloná” (de euros claro), fuera visado y aprobado por el gobierno que nos gobierna, ya que es evidente que el gasto que un viaje de esas características supone en transporte, escoltas, dietas a militares y miembros de otros cuerpos de seguridad que lo acompañan, etcétera, etcétera (tan grandes son los etcéteras que merecen escribirse enteros), tiene que quedar registrado en alguna parte de la contabilidad del Estado Español.
No vayan ahora a contarme el cuento de siempre y pretenda alguien tomarme por tonta. No vayan ahora a decirme que el presidente no lo sabía, o mejor aun,  que es necesario tener una relación “afectiva” con el gobierno de Botswana (Botsuana en español) porque mantenemos con ellos unas relaciones comerciales super mega importantes con las que nos jugamos una baza primordial para el futuro.
¿A nadie, a ninguno de nuestros figuras se les ocurrió pensar en la imagen que la España del sacrificio y del esfuerzo por bajar el déficit va a darle al mundo con el rey de safari? ¿A nadie se le ocurre que la idea de una persona matando animales en África en pleno siglo XXI es anacrónica y denigrante? Desde luego este país está para coger la maleta.
Yo, a nivel personal, creo que con esta acción el Rey ha dejado de tener para mí ese carácter afable y cercano con el que los españoles justificábamos siempre el gasto añadido que supone la monarquía. Ha muerto, en mi conciencia, aquella idea romántica de que le debemos que estuviera a la altura el día del golpe de Estado. Al fin y al cabo, creo que lo único que hizo fue cumplir con el trabajo por el que se le paga, y muy bien por cierto.
No hago más que pensar en algo que no puedo quitarme de la cabeza: ¿Qué sensación se te queda en el cuerpo después de saber que has matado a un animal tan noble?  ¿Cómo es capaz ese hombre, con la historia personal que acarrea, de empuñar un arma?
Tengo los pelos de punta.

viernes, 13 de abril de 2012

TITANIC


No dejará de sorprenderme nunca el poder que ejerce sobre nosotros el cine y la televisión. Podemos llevar una vida entera oyendo hablar de un acontecimiento o un personaje sin prestar la más mínima atención a lo que nos cuentan, poniendo el oído justito y necesario para aprobar, si se trata de un tema evaluable en nuestra vida académica, o para seguir por encima la conversación del pesado que nos toca de acompañante de mesa en la boda del primo de una prima a la que nos vimos obligados a asistir.
Pero un día, sin esperarlo, llega un director de cine americano, de esos  que son capaces, como el rey Midas, de convertir en oro lo que tocan y se despierta en el mundo mundial la fascinación por la mezcla de verdad y leyenda que él nos presenta.
Me da a mí que algo así es lo que está pasando con el naufragio del Titanic. Es como si se hubiera puesto de moda y hubiera que sacarle rédito a la fuerza al hecho de que se cumplan ahora cien años de que sucediera aquella terrible tragedia.
Desde que en 1985 Robert Ballard se enfrascó en la aventura millonaria de buscar el lugar donde reposan los restos, han sido muchos los que se han ido sumando al tema; algunos con rigor histórico y otros más bien enganchados a la posibilidad de lucrarse o buscando con calzador una historia de transfondo con la que poder justificar su creencia en las conspiraciones o en los misterios insondables, como nos demostró el domingo el amigo Iker Jiménez.
Si a esta bola que iba creciendo con la inclinación de la pendiente del éxito, le sumamos un toque romántico y los ojos azules de Leonardo DiCaprio, el cebo está echado y el éxito servido.
Pero lo que la mayoría de las personas posiblemente no saben es que por desgracia, el Titanic no es un hito aislado en la historia mundial de los naufragios y que, dejando a un lado el puntito de glamour que conlleva la historia contada por un guionista de cine, son miles los barcos que el mar ha devorado, algunos de ellos con un resultado muchísimo mayor en el macabro conteo de víctimas : por ejemplo el Wilhelm Gustloff, trasatlántico alemán que evacuaba civiles durante la Segunda Guerra Mundial y que fue destruido por un submarino soviético, dejando sin vida a 9.343 (sí, lo he escrito bien, 9.343) hombres, mujeres y niños.
Bajar al fondo del mar y encontrar un pecio es una experiencia única. Entender el sufrimiento y la tragedia que debieron vivir las víctimas que reposan en ese cementerio acuático es un deber que no puede, nunca, convertirse en un circo. Por eso no me gustan esas ideas rocambolescas de fantasmas y conspiraciones. No me hace gracia que un ricachón de tantos flete un barco para buscar psicofonías en el lugar del siniestro y que más de uno y más de dos utilicen el marco de la desgracia humana para forrarse subastando recuerdos.
Esta segunda vez sé que yo no voy a ser capaz de ver de nuevo a DiCaprio enamorar perdidamente a Rose en ese escenario 3D con el que parece que vamos a salir mojados del cine. Estoy segura de  que no voy a poder ser de nuevo testigo mudo del clasismo más atroz y la estupidez más absoluta que soñó con ser indestructible, ni voy a intentar comprender de nuevo a aquella gente arrogante que cometieron el atrevimiento de querer ganar al mar. Ni siquiera el cine va a mitigar nunca mi sensación de horror y de tristeza.
15 de abril de 1912. Descanse en paz

domingo, 8 de abril de 2012

¿GUSTAN?


Domingo por la tarde, final de vacaciones de los niños y aquí estoy haciendo un puchero.
No, que no se extrañe nadie, ni me estoy refiriendo a pucheros de los que se hace gesticulando cuando quieres contener el llanto, ni he cambiado la estrategia de la página para convertirla en un blog de cocina. Lo que ocurre es que el puchero (la sopa de Despeñaperros para arriba) tiene para mí ese poder de volver a recomponer el cuerpo y preparar el espíritu después de una época de barullo o disonancia. Solamente la acción de ir colocando los ingredientes en la olla y empezar a inundarme del olor que se cuela hasta en las sombras de mi casa, ya me proporciona la seguridad de que todo vuelve al lugar en el que estaba antes de que empezara el jaleo y me envuelve en la tranquilidad del equilibrio.
A mí me gusta el caldito incluso en verano. Sé que para muchos será una locura, sobre todo cuando se vive en el Sur y hablar de verano es hablar de termómetros ardiendo y mercurio rebosado, pero qué queréis que os diga, en eso salgo a mi madre y si hay algo que no se puede discutir son las herencias, así que igual que ella, hay días de julio ardiente en los que ya no puedo más y me preparo una sopita, aunque sea para mí “na más”, que ya os podéis imaginar la cara de horror al más puro estilo familia Adams que ponen mis hijos y mi marido sólo con oler la propuesta.
Pero yo sí, yo siempre vuelvo al pucherito.
Y por eso ando hoy por aquí de esta manera tranquila y apaciguada. Por eso me veis escribiendo esta entrada tan rara, tal vez porque con ella y por medio de la sopita, ando aguantando la lengua con cuidado de  que no se me queme, no vaya a ser que entre garbanzo y garbanzo, acabe mi pensamiento apoderándose del teclado y tengamos final de semana (santa por cierto), largando a gusto de los recortes de sanidad que se nos avecinan, del cambio que se prevé en la educación pública o de un cantamañanas que se ha atrevido a utilizar la televisión que pagamos entre todos para hacer del  púlpito la piedra libre de pecado con la que lapidar a los homosexuales.
Y es que desde luego España está para coger las maletas ¿eh?. Lo digo con el corazón en la mano y la lágrima en el ojo, sin bromas. Ahora, eso sí, lo tenemos crudo vayamos donde vayamos: ¿Alemania? Con esa Merkel que da miedo…¿Francia? …que nos ha convertido en el paradigma de todos los males…¿Inglaterra?...que se quedó con nuestro Peñón, je,je…está la cosa “complicá”.
Pero bueno, yo voy a remover los fideos que el estómago me pide que lo reconforte. Hoy es día de preparar la vuelta, de apretar los dientes y comer puchero. ¿Gustan?

lunes, 2 de abril de 2012

PENITENCIA


Ayer arrancó la Semana Santa de mi tierra.
Creo que este año la decepción va a llenar Andalucía de lágrimas porque el agua ha empezado hoy a mojar la fiesta y varias Cofradías han tenido que quedarse al resguardo del Templo, sin salir a la calle a lucir colores y expandir olores a incienso y cera caliente.
Me temo que mañana la jornada se me presenta tensa. Mi hijo sale este año por primera vez y lleva un mes contando los días, probándose por la casa el capirote y haciendo planes con mi sobrina y otro amiguito sobre qué van a hacer si los niños les piden cera o se encuentran con algún conocido.
La verdad es que es una lástima que los chiquillos (y los mayores que disfrutan con ello) se queden sin ilusión por culpa de una lluvia vengativa que lleva sin aparecer un año y que viene justo a colarse en Semana Santa, ahogando con el insolente repiqueteo de su tormenta, el trabajo del mundo cofrade, las esperanzas del pequeño comercio y las vacaciones de los que se las merecen.
Y mira que el hecho de que salga el niño, eso es una penitencia para los padres, no vayan ustedes a creerse. Que la cosa tiene su miga.
Primero, hay que ser hermanos de una Cofradía, lógicamente, con su cuota mensual correspondiente. Después toca ir por la túnica: una tarde entera dedicada a esperar la cola y a probarle al niño. Luego hay que mandar a hacer el interior del capirote, comprar zapatillas negras, calcetines blancos, guantes de algodón…vamos unas cuantas vueltas por las tiendas del centro.
Pero la cosa se pone verdaderamente complicada el día de marras. Hay que vernos a las madres de los artistas, con las zapatillas de deportes, el bolso lleno de bocadillos por si le entra hambre, agua por si tiene sed, una sudadera de más por si acaso refresca…y ¡ala! a darle vueltas al pueblo y a andar detrás del niño, porque aunque lo dejes solo un rato, hay que estar pendiente de ellos por si necesitan salir al baño, si quieren abandonar el recorrido o acaban mareándose de tanto humerío de vela absorbido.
Yo a estas alturas ya me considero una experta en esto de la penitencia adquirida por rama filial. Mi hija, que siempre ha sido mariquita la primera en probarlo todo, fue hebrea varias veces y hermana penitente de la Cofradía más larga que tenemos en San Fernando. No una, ni dos ni tres…diez horas estuvo la niña andando y la madre detrás cargando con el avituallamiento.
Pero bueno, estoy acostumbrada. En casa han sido penitentes mi hermano, mis cuñados…todos, hay que decirlo, más por el puntito ese de jactancia que te da ir con la vela y la cara tapada que por el sentimiento religioso que realmente debería de tener esta fiesta. Por eso, todos han protagonizado historias para contar en una tarde de risas y han vivido momentos inolvidables que por culpa del agua, mi hijo se perderá mañana.
No puedo resistirme a contaros la anécdota de mi hermano porque el tío tiene “to el arte”: Sería más o menos como mi hijo ahora la primera vez que salió (10 u 11 años). Como siempre ha sido muy peliculero, se le antojó ir con una Cofradía que tiene la Iglesia muy lejos de donde vivíamos, pero que a él le parecía más glamourosa porque todos los hermanos, incluso los pequeños, llevaban capa. Y allí iba él, desde las tres de la tarde en la calle para que sus amigos lo vieran, vestido todo de blanco inmaculado (túnica y capirote) y con una capa roja que el movía para darse importancia.
Mi padre no había llegado de trabajar y mi madre que no conduce, se lleva al niño a la Iglesia en el autobús. Se va a subir al vehículo, nervioso como iba con la ilusión de la penitencia, con la mala suerte de que al subir el escalón, nada acostumbrado a llevar faldas, se pisa el dobladillo y se cae dentro del autobús a todo lo largo.
El chiquillo, agobiado porque se le había movido la tela y no encontraba los agujeros de ver, cortadísimo del batacazo y escuchando a mi madre con aquello del ¡ay mi niño!, se levanta de ese suelo de goma negro donde había aterrizado plantando los guantes blancos y se ajusta bien el capirote como la nieve, dejándose las huellas de dos manos negras como el carbón justo a la altura de la frente.
No sé si os haréis una idea del efecto que causaba. Esas dos manos negras que no había ya forma de borrar de la tela blanca, a pesar de que mi madre y mi tía lo intentaron hasta con goma de borrar y  miga de pan (no había tiempo ya de detergente); esos dedos negros dibujados en la frente que se veían venir entre tanto blanco nuclear frotado a conciencia por esas super madres cofrades…un desastre.
Yo recuerdo que salí más tarde sin saber nada de lo que había sucedido y durante la procesión me acerqué a mi madre para preguntarle:
-Mamá ¿por donde viene el niño? ¿por esta acera o por la otra?
Y mi madre solamente me decía:
-No te preocupes que lo vas a conocer enseguida, vamos que si lo vas a conocer… que no se te va a olvidar nunca.
Ja,ja.ja

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