Bueno, presidenta, otra vez presidenta y vocal porque como
ya le contaba a Juan en un comentario, tengo la impresión de que en la lista
que se maneja en ese organismo en el que se decide quien se sienta en la mesa
de playa, alguien que me quiere mal o simplemente con muy mala baba, ha debido
poner en bolígrafo rojo una señalita que reza: llamadla, llamadla, que esta es
tonta. Porque vamos, no me explico de otra manera, cómo es posible que ya vayan
por tres las veces que he cumplido con la patria.
De las tres fue la primera, la que llevo dentro del corazón.
Rondaba el año 86 y yo acababa de despertar prácticamente a la vida electoral. Así
que me veis allí, votante por vez primera, elecciones generales y autonómicas
juntas y para más inrri, presidenta de mesa.
El día fue complicado, sobre todo porque me tocaron los dos
interventores más “pejigueras” del mundo. Y cuando digo dos, no es porque
hubiera sólo dos, había una legión de ellos, pero como todos imaginaréis, éstos
eran representantes de los dos partidos guays, y tenían entre ellos una
inquina-pique-controversia, que seguramente ya era antigua pero que yo me la
“comí” como nueva.
Nada más acercarse alguien a la puerta, ya estaban los dos
como en tensión, observando si el votante hacía algún comentario, si yo le
guiñaba el ojo, si el sobre estaba cerrado…no os podéis hacer una idea.
Cada hora o cosa así, uno de los dos venía y me hacía
revisar el confesionario que había en la sala, para que me cerciorara de que
estaban sus papeletas y no quitaban ojo de los vocales a ver si alguno hacía
trampa o no tachaba al que debía.
La primera anécdota llegó prontito, como pasa algunas veces
en la lotería. Un señor entró muy temprano y vio que no había nadie en la cola.
Yo no sé qué le rondaba la cabeza que ya desde la puerta dijo, en voz muy alta
y mientras se nos acercaba: ¡Fulanito de tal! (no lo hago por proteger su
intimidad, es que sería incapaz de recordar su nombre) y dando dos grandes
zancadas, sin encomendarse a nadie ni esperar a que los vocales comprobaran los apellidos, mete el sobre en la urna y encima con la mala suerte de que con el voto
introduce también el carnet de identidad.
No os hacéis una idea del numerito
que se montó: los dos interventores echaban chispas, yo no podía parar de
reírme a pesar de las circunstancias (sería la edad) y de repente cundió el
pánico porque nadie sabía qué hacer en ese caso. Tuve que llamar a la Junta Electoral de
Zona que me dio la solución. Una vez comprobado que el hombre tenía derecho a
votar en esa mesa, lo emplazamos a que acudiera para el recuento y se le devolvería
el carnet. El resto de la jornada, a las miradas de los interventores tuve que
sumar la de aquel hombre que me observaba desde la urna con la cara de pocos
amigos que todos solemos tener en el documento de identidad.
Pero el premio gordo estaba aun por llegar y fue ya después
de comer cuando el niño de San Ildefonso cantó la cancioncilla.
Vino una señora mayor de esas que a mí me enternecen. Apenas sabía escribir, pero tenía una férrea intención de votar, tal vez en
homenaje a los años en los que no pudo hacerlo. El problema es que la
señora no traía carnet de identidad. La pobre mujer venía con el único
documento que había encontrado en su casa: el carnet del economato, algo que
aquí se perdió desde que se impuso Pryca, pero que durante muchos años fue el establecimiento de compras para los trabajadores de las grandes empresas navales de esta tierra.
Pues los dos de antes que ni hablar, que ese carnet no tenía
foto y que sin foto allí no votaba nadie. Yo que veía que la pobre señora no
tenía pinta de pretender estafar al Estado, me daba mucha pena porque además
ella no entendía nada. Pero, ante la amenaza de impugnarme la mesa de los dos
caballeros, tuve que explicarle como pude que no podía votar sin la foto.
Como a la media hora, la mujer estaba allí otra vez. Se
acercó a la mesa esperando la cola y cuando estuvo a mi lado, abrió una bolsa
de plástico y me dijo: mira hija, la única foto que tengo es ésta, acompañando
al movimiento de sus palabras con la presentación de una foto enmarcada de 30x30
de ella y su marido con 50 años menos, el día de la boda.
Despues de aquello han sido dos veces más, pero puedo decir
que en comparación…pecata minuta.
¿A alguno de vosotros le ha tocado ya?