sábado, 29 de enero de 2011

LA LEY SINDE

En muchas ocasiones he dicho que a no ser que lo haga a título personal y recreando solamente mis vivencias, siento cierto pudor al hablar en mis entradas de política o de economía, porque no tengo formación suficiente para tratar de forma seria ninguno de los dos temas. Por eso, cuando como hoy necesito opinar de algo, siempre me retiro a una parte de mi interior donde se acumulan mis experiencias, la forma en que me han educado y todos los principios que a lo largo de los años he ido viendo aplicar a mis padres que serán para siempre mi referencia.
En cuanto a la economía, mi madre me enseñó que en mi casa nunca se compraban unas segundas botas, por muy mono que fuera el color, si no teníamos antes los zapatos reglamentarios del uniforme del cole o las zapatillas de la educación física.
Y creo que ese concepto simple, aprendido de una persona que por desgracia no tuvo acceso a la cultura, es lo mínimo que debe exigírsele a quien gobierna un país. Por eso hoy me veo en la obligación moral de pedirle cuentas a un gobierno que tiene el puño cerrado para la gente de a pie, pero que en cambio se mueve con mucha urgencia, asociándose incluso con los de enfrente, para salvar a los que galopan.

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Parece ser que esta vez sí que ha habido hora sin cámaras y que se han reunido todos, para que la señora Sinde pueda salvar el pellejo de Alejandro Sanz (del equipo de los Tigres), o de José Manuel Soto (del equipo de los leones). De verdad te deja sin habla que estando España como está, haya dos o tres calzándose las botas, mientras la mayoría no tiene para los “tenis” (léase zapatillas de deportes una vez cruzado Despeñaperros).
Yo estoy completamente de acuerdo en que todo el mundo merece cobrar por el trabajo que realiza. De eso no cabe ninguna duda. Pero digo yo que habrá otra forma de hacerlo que no censurando la red o cobrando un canon a un colegio por usar una canción en la función de fin de curso. Todo para seguir facilitándole la vida al del corazón partío o al otro, al que le cantó a Wendolin, que tienen que seguir pagando religiosamente sus impuestos, no sé como será allí, si a la ciudad de Miami o al estado de Florida.
Entiendo que una creación artística pertenezca a su autor, hasta ahí vale, y comprendería que se protegiera la autoría de la obra durante un tiempo, es decir, que mientras que una película estuviera vigente en el cine o un artista estuviera promocionando su disco y haciendo conciertos, no se pudiera subir la obra a la red. De esa manera, la premura en ver la peli, oir el disco o leer el libro fuera de pago. Quien quiera pagarse el lujo de ser de los primeros, que se rasque la billetera. Pero no, hay que cortar por lo sano porque al parecer de lo contrario, podríamos llevar a la ruina a gente que como ya apuntaba en un comentario en facebook, tuvo la oportunidad y la suerte de pegar un soplido una vez, si acaso dos, y tocar el pito, perdón la flauta.
Mientras tanto, los trabajadores en la calle, las empresas respondiendo a las injusticias con un: pues no vengas mañana a trabajar y ya tengo tu despido procedente. Ahora, eso sí, Ramoncín que se quede tranquilo, que el pollo frito por lo que se ve, le va a seguir permitiendo vivir del rollo.
Pues nada, como dice una amiga muy sufrida, mientras exhala un suspiro: ¡esto es lo que hay!
Ahora, eso sí, me da a mi que en el pecado van a llevar la penitencia, porque el talento no se puede encerrar en ningún canon inventado por nadie. El arte surge y se hace enorme justo cuando la vida más aprieta. Esa red a la que ellos le temen tanto, quizás no sea tan temible por las descargas. Tengan en cuentan, señores artistas, que Internet está demostrando cada día que no hace falta tener un padrino para llegar a ser alguien. Tal vez el miedo cerval deberían tenérselo a toda esa gente que viene empujando detrás, que utilizan Internet, quizás no para ganar tanto dinero, la inspiración siempre ha sido la honra del pobre, sino para mostrar al mundo cuánto don hay escondido. Vas a una página de concursos literarios y te quedas maravillada de la cantidad de gente buena que hay en la literatura. Entras en youtube y está lleno de vídeos de personas que hacen magia, que concursan con cortos de cine, que inventan monólogos fantásticos. Te apuntas en Facebook en alguna página y hay cientos de grupos de chavales que te invitan a escucharlos en un bar de copas, en una playa o en una plaza.
Esa es la verdadera revolución de Internet porque os aseguro que la ilusión no muere nunca, siempre encuentra como el agua su camino, a pesar de que haya gente absurda que siga creyendo que “el arte” es morirte de frío.

domingo, 23 de enero de 2011

LOS PARTIDOS DE LOS SABADOS

Desde luego hay que ver lo que una es capaz de hacer por un hijo.
El mío, que tiene ahora nueve años, me ha salido futbolero. Supongo que más de uno de los que estáis leyendo pensareis: bueno y qué, el mío también, vamos que es lo normal en un niño de su edad.
Sí, se que lleváis razón, sobre todo porque el deporte es muy bueno para la salud, es mentalmente necesario tener un hobby para el niño, e incluso en algunas familias resulta inconmensurablemente halagador para los padres, defender con orgullo los colores de la camiseta del figura.
En mi caso el problema no viene derivado de que el chiquillo quiera tener su ocio, somos los primeros en inculcarle el valor de relacionarse, de tener amigos y de lo importante de la diversión. Pero, ¿es que tenía que ser el fútbol? ¿no había en el mundo otra cosa en la que por lo menos su padre o yo estuviéramos mínimamente iniciados? ¡Ay madre! y yo que era la envidia de mis amigas porque mi marido nunca cayó en los brazos absorbentes del deporte patrio, yo que me iba a cenar sin bulla esos días de calles desiertas y servicio rápido, mientras se debatían en televisión los duelos a muerte de los grandes de la liga… y ahora voy más al fútbol que Manolo el del bombo.
Claro que no vayáis a creer que la asistencia a los encuentros es directamente proporcional al aumento en conocimiento. Aquí el enano lleva jugando desde los siete y todavía tengo que preguntar al resto de las madres si ese día son locales o visitantes, cuantos puntos se llevan si empatan o por qué el árbitro ese acaba de pitarnos falta.
De lo que también me he dado cuenta es de que aunque el deporte está cambiando y tengo que reconocer con satisfacción que en el grupo de mi hijo juegan niñas y que en la organización a la que el equipo pertenece hay entrenadoras y dirigentes destacadas, el fútbol ha sido hasta ahora machista, y se nota mucho en las de mi generación. Cuando vamos los sábados por la mañana al campo, los roles están muy marcados. Antes de empezar, mientras entrenan, ya nos vamos colocando: los padres a un lado, atentos al entrenamiento contrario y haciendo casi siempre grandes y elocuentes comentarios sobre términos deportivos que no sabría yo aquí reproducir ni aunque me fuera la vida. Y por otra parte las madres, la mayoría completamente “pegadas” como yo sobre el tema, pero que tenemos en común asuntos interesantes sobre los que departir como la talla de las camisetas, el desayuno de los niños o lo grande que les quedan a todos las medias.
Luego llega el momento partido y ahí sí que somos diferentes. Ellos, los padres, desean verlos ganar. Es así por muchas vueltas que le demos y por mucho que intentemos convencernos de que lo importante es participar. Las madres también, no cabe duda, pero en nosotras hay un matiz diferente. Creo que a todas en realidad nos da igual la competición, no sé si consigo explicarme, pero en ese deseo de ganar, en ese ¡ay mi niño! que escucho como en un eco cuando se le va el balón al delantero, hay un fallo en la defensa o le marcan al portero, va implícito un sentimiento que va mucho más allá del gol, del futbol o de la liguilla. Es como siempre, como otras veces he dicho, ese tirón del cordón umbilical que duele cuando los ves indefensos o sientes que les hace daño la vida.
La verdad es que la experiencia no es mala, a pesar de los pesares. A mí no me gusta el futbol, eso no ha cambiado de momento. Creo incluso que conlleva un ambiente de competitividad insano que no he observado en otros deportes. Pero sí que es cierto que en esas compañeras de disgustos de los sábados, he encontrado algo que en el fondo todos buscamos siempre: gente con la que no tengo que fingir sentimientos, madres como yo que darían la vida a cambio de sus éxitos, que entienden, como no… las cosas que somos capaces de hacer por un hijo.

martes, 18 de enero de 2011

LA HORA SIN CÁMARAS

A pesar de todo, aunque sé que es difícil no caer en el fatalismo y en cambio es fácil pensar que el pobre tejido del paraguas que nos cubre, nunca podrá soportar el peso de los guijarros que llueven del cielo, reconozco que en relación con la política hay días que basculo entre la decepción más rotunda y la inocente presunción de la idea de que realmente hay algo que impide que todas estas personas, a las que un día confiamos nuestro voto y nuestras ganas, hagan bien su trabajo.
Hay veces que tengo que ponerle mucha imaginación, viendo como veo de cerca lo que ocurre, escuchando como escucho cada día a la gente de la calle, para no caer en la desesperanza; pero luego surge algo, una pequeña lucecita que me dice desde dentro, que aunque sólo sea porque el poder y la permanencia en el cargo van indiscutiblemente unidos a la bonanza, hay algo que falla en el planteamiento cuando pensamos que estos políticos que nos gobiernan o que nos quieren gobernar, se están dejando llevar por la vagancia o por la idea peregrina de que todo es perdonable.
Pero en otras ocasiones esa luz, esa pequeña llamita interna que se mantiene un poquito del rescoldo, que se alimenta de los años en que creí que los pasos se darían para siempre hacia delante, se reaviva con el fuego de la furia de unas voces que me suenan a algo antiguo y me remueven por derecho los cimientos. Y sé, porque soy demócrata, que la libertad de expresión y la prensa forman parte del tejido que da consistencia a España y eso no puede discutirse, ni siquiera cuando sabes en lo más interno de tu fuero que estás oyendo consignas odiosas, lanzadas por gente sin escrúpulos que no caben en el cinturón porque la crisis que oprime a mi gente, es miel sobre hojuelas para la suya.
Y entonces me enfado, maldigo, borro la cadena detestable de mi tdt y vuelvo a creer en lo que siempre creí, en que España no se merece que estos indignos alienten la insurrección ni los vientos de guerra, que los andaluces no podemos dejarnos insultar por esos que nos llaman adoctrinados y que denominan a nuestra autonomía “régimen”. Afortunadamente para nosotros y muy a pesar de ellos, hace mucho, aunque pretendan llevarse “el gato al agua” que en este país ya no hay régimen.
Creo que desde la segunda edición ya no he vuelto a ver entero ningún programa de Gran Hermano. Pero recuerdo, de aquellos primeros albores, que inventaron algo llamado la hora sin cámaras. Durante ese tiempo, como sabéis, todo se ponía en off y se dejaba a los concursantes vivir al este del Edén.
A pesar de esa libertad y derecho a la información que nos hemos ganado a pulso, alguna vez he pensado qué sería de todos nosotros si fuéramos capaces de reunir a nuestros políticos, a todos, en una de esas horas anónimas, en uno de esos interludios de tiempo en el que quitarse la corbata, sin cámaras a las que enamorar ni votantes a los que engatusar, para ser capaces de hablar con la confianza de la palabra salvaguardada. Quien sabe, tal vez ese pequeño resquicio de ignonimia contra la democracia, podría llegar a ser el germen de una nueva forma de hacer política. Yo no creo que haya nadie que entienda mejor al que la lleva que el que pretende llevarla y viceversa. Tal vez sea ya la hora de dejar de hablar con voz hueca y de arrimar el hombro por España. Yo lanzo la idea, ahora propóngannos ustedes algo nuevo, señores, vuelvan por favor a conquistar la ilusión que me robaron sus desmanes y dejen de una vez de acusarse unos a otros de ser lo que son: políticos.
¿No sería posible olvidar unos años, hasta que esto se arregle, las siglas? ¿Qué es lo que hay que hacer? Pónganse de acuerdo y cuenten con los que seguimos aquí. Aprovechen la hora sin cámaras. Estaremos  fuera, esperando, siempre esperando.

jueves, 13 de enero de 2011

OTRO AÑO DE REBAJAS

Igual que diciembre deja en nosotros imágenes asociadas a la blancura de la nieve y el dorado de las campanas, enero se estrena cada año con otra escena , también tradicional pero esta vez un poquito más cutre: las rebajas.
Empezar el año con una señora alzando el puño de la victoria cuando entra la primera en el Corte Inglés, se ha hecho tan habitual que estoy por decir que la tienen enlatada desde hace no sé cuantos años y que nos la cuelan después de las uvas, con la misma premeditación y alevosía con la que llevan endosándonos año tras año, el color azul del verano de una serie que nunca acabó.
Allí está siempre ella, estoy segura que es la misma, sonriendo y gritando en una jerga ininteligible que aquello es la leche, que es lo más emocionante que le ha pasado en la vida, todo claro está, mientras se recompone la nariz que tenía aplastada contra el cristal de la puerta y se atusa el pelo para estar mona en la tele.
El lugar donde vivo, evidentemente, no se parece en nada a una gran ciudad. Para lo bueno y para lo malo, la vida aquí es diferente. Supongo que al no haber tanta demanda, la oferta tampoco es la misma y nuestras gangas son muchísimo más modestas, aunque también tiene su cosilla.
Confiada y confundida con la propaganda consumista de los medios que hablan de las rebajas como de una religión o una aventura, este año como el pasado me fui al centro comercial de mi pueblo, a ver si esta vez al menos podía traerme a casa un chollo de esos de lotería que me quitase de una vez por todas el mal sabor de boca y la decepción de la del Niño. Claro que pronto me di cuenta de por qué en la pequeña pantalla, la historia de la señora, viciosa de las rebajas, empieza y acaba en la puerta del establecimiento, con un plano de cámara corto que nunca muestra la cruda realidad en todo su contexto.
Llegar a las rebajas ya es un suplicio en sí mismo: coches por todas partes, aparcamientos abarrotados, desconocidos salvajes pegándote con el carrito en el talón, niños gritones y padres acordándose, entre dientes, de lo buen estratega que fue Herodes.
Luego viene el impacto “tienda”, cuando entras en Zara, Mango o esa famosa Stradivarius que tanto le gusta a mi hija, y tienes la sensación de que por allí deben de estar rodando algún tipo de película de desastres nucleares, con las que llenan las cadenas el espacio televisivo de una tarde de sábado: chaquetas con aspecto de bayetas del polvo, pantalones usados de alfombra, dependientas con caras de llevar una vida doblando inútilmente camisetas…
Eso sí, lo que queda es la música: ¡chumba, chumba! que yo no sé si es hip hop, reguetón o la madre que…ya sabéis, pero que a mí termina dejándome un dolor de cabeza de acostarme y sensación de vejez.
Luego, si es que entre los montones encuentras algo, prepárate para hacer cola en la caja. Mira eso sí, eso, si os digo la verdad, es de lo mejor de las rebajas porque entre el hilo musical, el tiempo que pasas allí esperando, y que una con esto de la crisis sale poco, llego a mi casa al final, con la sensación de haber estado como mínimo en el concierto de U2. Que digo yo que total por dos duros que me ha costado el trapo…no está mal la experiencia.
Como os dije hace ahora un año, a mí esto de las rebajas no acaba de convencerme, debe de ser algo innato y creo que no tengo el gen. Bueno, qué vamos a hacerle, lo malo es que ahora, como el día de la lotería, tendré que escuchar a la conocida estupenda que fue la misma tarde y a ella sí le tocó el chollo. Menos mal que yo digo como el otro: mientras haya salud…

viernes, 7 de enero de 2011

NI UNA PALABRA

Aprovechando que las fiestas te ponen la ocasión en bandeja y que el cuerpo nos lo pedía, en esta ocasión el club de lectura se reunió en una comida. Digamos que esto forma parte de eso que en Navidad yo llamo, salvando las distancias, “licencia para matar”, porque igual que al famoso 007, parece que a nuestro cerebro se le concede por unos días patente de corso para asaltar con ganas, con premeditación y sin ningún remordimiento, un solomillo al roquefort o una brocheta de cerdo acompañada, para más inrri con beicon. Así que sin pensarlo, pasamos de la tetería al restaurante, y es que digo yo que estábamos en Navidad y que ya habrá tiempo para la penitencia.
El libro en cuestión, ya lo sabéis, era “Ni una palabra” de Harlan Coben. Como siempre el club se portó. Puedo decir que personalmente la experiencia me está resultando encantadora. Mis amigas están completamente entregadas con el experimento y tengo que reconocer que van a las reuniones con el libro leído y muchas ganas de compartir sensaciones. Por supuesto, no esperaba menos de ellas, pero no puedo dejar de sentir agradecimiento porque a pesar de que la rutina a veces es muy complicada, han decidido hacer un hueco para estas lecturas y para estas puestas en común, a ratos serias, a ratos desternillantes, donde en definitiva deshilamos nuestros miedos, nuestras alegrías, vamos, en una palabra, la vida.
Con respecto al libro, estuvimos de acuerdo en que quizás como narrativa no tiene un mérito especial, no porque se haga aburrido o no enganche, todo lo contrario, sino quizás porque cuando lo lees, igual que ocurre con los libros de Dan Brown o de otros autores norteamericanos, tienes la sensación de que está hecho por encargo, como si esos escritores tuvieran los ingredientes de una fórmula mágica: un poquito de tragedia, escenas rápidas, diálogos directos…una especie de camino guiado hacia el cine, que hace que en cada página estés imaginando qué actor famoso va a protagonizarlo en la gran pantalla.
Pero la verdad es que la obra plantea un tema muy interesante que levantó los cimientos del club, porque la mayoría somos madres de adolescentes y teníamos puntos de vista parecidos aunque con matices sobre el tema. Toda la historia gira en torno a unos padres que sospechan que su hijo pueda estar metido en algún asunto complicado (drogas, alcohol…) y deciden acudir a un informático y espiar las conversaciones, los mensajes, en definitiva el contenido del ordenador del chico.
Y aquí surge el planteamiento central del libro: ¿deben unos padres invadir la intimidad de su hijo? ¿todo vale para protegerlo?
En un principio, tuve la sensación de que el debate iba a tener que ser declarado nulo. Éramos unas madres preocupadas a las que, en el fondo, el miedo atenaza por mucho que queramos quedar de modernas. Puedes pasarte la vida haciendo apología de la libertad, de la modernidad y de la matanza de focas en Canadá, pero cuando se trata de un hijo…. ¡ay madre, cuando se trata de un hijo! Qué fácil es desandar lo caminado. Y no por falta de convicción ni porque reniegues de tus ideales. Lo que ocurre es que sentimos tan cercano el peligro de fuera y es tan increíblemente sensible el cordón umbilical que nunca acabamos de cortar, que todo lo que sirva para mantener al cerebro engañado, todo lo que pueda hacernos creer que seguimos teniendo el control del calor que recibe el pollito, vale, sea cual sea el precio que se pague o la intimidad que se vulnere. El único fin, eso está claro, es salvaguardar su vida.
Pero hubo un punto en que una de mis amigas dijo algo así como: hombre, a mí no me hubiera gustado que mis padres me lo hicieran.
Y de pronto, en un momento, la verdad es que sólo por unos instantes, el debate se enriqueció con el giro. No teníamos ordenador, ni dejábamos rastros en Facebook, pero el espionaje paterno ha existido siempre y también nosotros fuimos hijas. Ahí hubo una lucha interesante entre lo que fuimos, lo que somos y probablemente lo que seremos, la misma persona en diferentes estadios de la misma historia
El final no quedó nada claro. Como ya he dicho otras veces, este club no tiene normas, ni taquígrafos, ni se terminan las reuniones exponiendo las conclusiones. Sí tengo que decir que el rato fue muy agradable, que el solomillo me supo a gloria y que ya hay propuesta para la próxima: esta vez vamos con una de misterio, Carmen Posadas y su “Invitación a un asesinato”.
Si os animáis sobre el tema anterior, dejo abierto el debate.

lunes, 3 de enero de 2011

ILUSION

La última vez que anduve por aquí, dejé al año viejo repartiendo esperanza para que nunca ignoremos que el futuro no está escrito y que a la vuelta de la esquina, la vida puede tenernos guardado el comienzo de algo grande.
Pero no podemos olvidar que el año nuevo que entra, siempre trae consigo en la maleta la ilusión, un sentimiento infantil y juguetón que lleva toda una eternidad disfrazado con el ropaje de un rey y la locura de un mago.
Estas fechas nunca dejarán de sorprenderme. Afortunadamente conozco muchos tipos de personas y diversas formas de creer o de entender la vida que es lo mismo. Tengo la suerte de contar en mi entorno con gente tan diversa que por eso me resultaba interesante, incluso diría estresante, sentarlas a la misma mesa alrededor de un café.
Pero cuando empieza el año y se acerca el día cinco…¡ay amigo!, cómo se aúnan las posturas y se diluyen las diferencias. Y es que no conozco a nadie, hasta ahora, al que el día de Reyes no le haga ilusión. Es imposible.
Para mí, que soy una observadora innata y que recibo la vida a través de los ojos, no hay sensación más especial que mirar las caras de la gente que esperan la cabalgata. Da igual la edad. Si les preguntara, la mayoría dirían que están allí por los hijos, por los sobrinos, por los nietos, porque algo hay que hacer o porque te dejas llevar. Pero sé que no es cierto. Tengo el profundo convencimiento de que todos y cada uno estamos por nosotros mismos, por una necesidad inconfesable de volver por unos minutos a ser el niño que fuimos y porque en ese acto desinhibido y a veces peligroso, según la edad, de pelear por el regalo dulce que nos envían desde el cielo, no estamos más que rezando, no importa a qué religión, para que aquello que deseamos desde la más estricta intimidad del corazón, nos sea concedido por la fortuna en la que unos creen, por el azar en el que otros confían, o por la magia en la que los niños viven.
Hace un año os propuse un experimento y hoy he decidido convertirlo en tradición. La noche del cinco tenemos que hacer el enorme esfuerzo de creer. Hay que dejar sobre la mesa la copita para el rey, el agua de los camellos y la inocencia convertida en carta desgranando despacito el árbol de los deseos: la bici los más gamberrillos; la Nancy azafata, las más cursilonas; la salud para la familia, el trabajo para el que no lo tiene, la vuelta a casa para el que está lejos, la distancia para el que quiere poner tierra de por medio…
Ya sé que es mucho pedir porque os exijo un acto de fe, pero lo cierto es que la vida se convierte en nada sin la ilusión de vivir y no me negareis que el mundo de la realidad, nunca se vio tan bonito como se ve desde un sueño.
¿Habéis sido buenos? Que  los Reyes sepan premiar vuestros esfuerzos.
P. D.: Mirad lo que pasa si no cuidais el mito. Os dejo una conversación entre "goma espuma" y Gaspar para que veais como está el patio










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