Me resulta muy difícil pronunciarme sobre la huelga. Creo que estamos demasiado contagiados por los virus externos para ser capaces de reflexionar sobre el sentido y el fin de un evento como éste. Pero hoy es día de “mojarse”. Hay que atreverse con los sentimientos, aunque sólo sea por el hecho de aprovechar los recursos que nos brinda esta sociedad democrática que costó tanto a tantos.
Para analizar lo que pienso sin presiones he tenido que aislarme un poco del mundo, dejar aparte los prejuicios y los análisis de otros y cerrar los ojos un momento para escarbar un poco en el fondo de mi intelecto y un mucho en el borde del corazón.
Ya en el primer parpadeo, mi inmediata sensación ha sido pensar que me alegro mucho de vivir en un país donde existe la libertad de convocar una huelga. No olvidemos lo que esto hubiera supuesto hace un tiempo que está ahí en la esquina que doblamos.
Es justo decir en alto que la situación no puede seguir así. La gente que gobierna tiene que ponerse en movimiento y entender que no puede continuar cargando el peso sobre el mismo pie. Que hay crisis mundial, eso está claro. Que si gobernara otro la situación sería la misma, eso al menos yo lo tengo claro también. Pero no pueden seguir apretando siempre el mismo tornillo cuando la mesa cojea, ofreciendo miel sobre hojuelas al que maneja el dinero y negociando con él su contento aunque sea ésta, tal y como sospecho, la única forma de comprar el progreso. ¿O es que acaso alguien se cree que los de arriba son tan tontos como nos lo pintan y que se están sometiendo a este suicidio político sin garantías de ganancia?
Pero siento tener que decir que tampoco estoy a gusto con los sindicatos y que hay algo en ellos que me hace reticente a la huelga. No me gustaría ser desagradecida porque a ellos debemos tanto los trabajadores que probablemente nunca seremos capaces de hacer justicia con aquella gente que tuvo arrestos para exponer su vida con la visión de tener lo que ahora tenemos. Aunque tengo que echarles en cara que estén tan deseosos de salir en la foto y que se luzcan tanto en las causas comunes pero a la hora de la verdad, cuando el empresario te pone la carta del adiós en la mano, dejes de ser para ellos “causa televisiva” y te digan sin miramientos que lo tuyo es un problema particular y que eres tú el que tienes que ventilarte el olor a rancio.
Por encima de todo, lo que más odio de la huelga es la coacción. No soporto el tema de los piquetes. Me da igual que al final las cuentas sean miles, millones o cientos porque sé que la mayoría de los que fueron a huelga lo hicieron por imposición, por imposibilidad de desplazamiento o por miedo.
Quedan ahí mis pensamientos y mis dudas. Que cada cual actúe con el corazón y según le pida el cuerpo. Al final y lo más absurdo de todo es que actualmente, igual que 4 millones de españoles sigo en paro. No sé qué hago hablando de huelga.